jueves, 22 de diciembre de 2016

¿Los signos de un Síndrome de Estocolmo?


Por Josué Veloz Serrade. Ms.C. Psicología Clínica. Profesor del Programa FLACSO-Cuba

El 23 de agosto de 1973 dos delincuentes armados entraron en un banco de Estocolmo, Suecia. Jan-Erik Olsson, uno de los atacantes, anunció a los trabajadores del banco que "la fiesta acababa de empezar". Los dos asaltantes tomaron cuatro rehenes, tres mujeres y un hombre, durante 131 horas. Los rehenes estuvieron atados con dinamita durante todo ese tiempo temiendo por su vida. En sus entrevistas en la prensa posterior a los hechos, apoyaban a los secuestradores y temían a los oficiales de la policía,[1] respuestas que nadie podía entender.
Kristin, una chica que era empleada del banco y había sido tomada como rehén, defendía con efusividad a Olsson. Tal reacción desembocó en un enamoramiento. En fecha posterior contrajeron matrimonio. Lo ocurrido sirvió para identificar una especie de síndrome, que expresa la identificación de la víctima con aquella persona que contra su voluntad le secuestra. Se extiende después a toda situación de encierro involuntario donde la violencia ejercida deriva en una identificación de contenido amoroso.
En medio de los acontecimientos por la muerte de Fidel algunos medios utilizaron esta metáfora para explicar las respuestas intensísimas de dolor que manifestaron millones de cubanos. Para tal hipótesis, Fidel sería una especie de captor-dictador que “mantuvo presas a millones de personas durante más de 50 años” y después de “tantos crímenes despiadados” las personas han desarrollado una identificación amorosa que obvia las crueldades anteriores.[2]
¿Es un forzamiento mal intencionado tal postura? ¿Qué elementos podrían describir ese síndrome? ¿Será que hay signos de un síndrome de Estocolmo pero no necesariamente con la figura de Fidel?
Volvamos a la situación en el banco: el asaltante rompe la calma, genera un clima de terror y toma una víctima para defenderse de la policía. El secuestro le garantiza la vida y la persona secuestrada en vez de sentir odio hacia su captor desarrolla un enamoramiento. Si trasladamos tal fórmula a Fidel querría decir que él destruyó la calma en la que se vivía en Cuba, tomó al pueblo por rehén y al este liberarse con su muerte ha desarrollado una identificación amorosa.
Tal operación  ideológica nos deja ante la situación paradójica de que Batista era entonces un hombre bueno al que todo el mundo quería. Es decir, en Cuba antes del 59 no vivíamos en una dictadura. En el pueblo reinaba la más absoluta felicidad, la miseria espantosa y la destrucción de toda condición digna no era algo común en aquella república. Por ese camino, los tres tristes tigres de Cabrera Infante que vivían en una Habana a la que solo tenían acceso unas minorías, no eran  tres sino que eran millones.
La revolución más intensa y profunda que se ha vivido en este hemisferio después de 1959 no solo restableció la democracia pisoteada, lo cual por sí solo no dice nada, sino que garantizó la vida de millones, eliminó las vallas que separaban por razas y llevó a la mujer a la liberación que siempre le fue negada. No se conformó con quitar a los ricos para dar a los pobres, o sea: eliminó a los ricos. Semejante subversión de la historia tuvo una figura: Fidel.
Como resultado lógico su imagen condensó todo el imaginario que la revolución producía, se generó –eso sí– un amor total, sin fisuras, entre el sujeto popular  y el líder- Padre. El líder constituyó el vehículo de interpelación de lo popular y de cuestionamiento al estado y al poder que también tuvieron que constituirse mientras se transformaba toda la sociedad.
Esa fantasía de amor-total también entraña sus dificultades, pues la idealización puede obturar el camino a lo verdaderamente revolucionario y subversivo en Fidel: su pensamiento y su práctica, la cual superó al primero en varias ocasiones y lo obligó a ir más allá de lo que la modernidad le dictaba.
Si en el síndrome de Estocolmo el amor es el resultado de la situación de miedo a la muerte en la que se encuentra la víctima, la identificación que resulta de la figura de Fidel con los humildes es el resultado del abandono del anonimato, el restablecimiento de la condición humana y la más profunda justicia social que se haya conocido en esta nación.
No es el objetivo de este texto, pero adiciono que sin analizar en profundidad las razones de tal relación entre líder y pueblo, sacándola de los lugares comunes a las que le condenan tanto el mal llamado materialismo histórico como la reacción burguesa, no se podrá ayudar a la teoría y el pensamiento revolucionario.
Tomando en cuenta lo anterior: ¿Serán síntomas de Síndrome de Estocolmo ciertos lugares de la Habana actual donde quieren mostrar una imagen idílica de la Habana de los 50, ciertos restaurantes donde parece que todos éramos felices, nadie moría de hambre y enfermedades, y Batista era un demócrata?… ¿Será síndrome de Estocolmo un Mario Conde que reclama nostálgicamente un supuesto paraíso perdido después de 1959? ¿Quizás sí? ¿Quizás no?
Si analizamos brevemente las reacciones de festejos que se han dado en algunos sectores del exterior, nos percatamos que no pueden ser expresión de un síndrome de Estocolmo porque no habrían desarrollado felicidad o falsa alegría, sino tristeza; pues estaban en la supuesta posición de víctimas.
Manejemos otra hipótesis: si frente a Fidel han mostrado este odio irracional personas que recibieron amplios beneficios en la sociedad que hoy denigran, ¿cómo es posible que puedan dar la espalda tranquilamente a las muertes de miles de personas por armas de fuego al año, a cárceles secretas, la utilización de la tortura de manera legal, la persecución a indocumentados, los millones sin servicios de salud y las ejecuciones extrajudiciales?
Esa misma operación ideológica permite que Obama parezca alguien demócrata, de buenos sentimientos, hombre de familia y una persona sensible cuando al mismo tiempo tiene implicaciones en las muertes de la guerra en Libia, el apoyo a los grupos terroristas en Siria y a la política criminal del estado de Israel. Por desplazamiento psíquico la figura que representa al Capital como gran Amo, es una figura amable. Mientras el representante de los desposeídos y oprimidos del mundo es un Amo esclavizador y déspota.
Cuando el 9 de octubre del 2009 le fue entregado el premio nobel de la paz a Barack Obama… ¿Eran los signos de un Síndrome de Estocolmo?
  
*Josué Veloz Serrade es profesor del Programa FLACSO-Cuba y de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Colaborador de la Cátedra Antonio Gramsci del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello. Estudia psicoanálisis por el programa del Seminario Sigmund Freud de la Escuela de Poesía y Psicoanálisis. Grupo Cero.
Contacto: josue@flacso.uh.cu

martes, 6 de diciembre de 2016

Docencia, decencia y socialismo en la universidad cubana

Ariel Dacal Díaz

Hace varios días rueda por las “redes sociales” la información y comentarios sobre el hecho de que, a Julio Antonio Fernández Estrada, jurista, profesor universitario y socialista confeso, no le actualizaron su contrato como profesor en la Universidad de la Habana. Varias son las razones y los supuestos que sobre este particular se conocen, entre ellas la publicación de un artículo titulado “No quiero saber nada de los industriales ni de Obama”.
Como sucede con cualquier dato o acontecimiento nacional, este permite encausar el permanente debate sobre la realidad cubana, sus tensiones, desafíos y alcances. Otra oportunidad para mirar algunos elementos de nuestra realidad compleja, diversa, llena de matices y aparentemente inabarcable. Con este fin convido a un grupo de personas, sobre todo del mundo de las ciencias sociales y el activismo en la vida pública, y de clara sensibilidad con el proyecto de justicia social y soberanía en Cuba, a comentar alrededor de un par de preguntas sobre Julio Antonio en particular y sobre algunos significados de su salida de la Universidad en general.
¿Cuál ha sido su acercamiento a Julio Antonio Fernández Estrada y a los contenidos generales de los textos recientemente publicados en su columna de OnCuba?
Juan Valdés Paz: Conozco al “joven” (como los de ochenta llamamos a los de cuarenta) Julio Antonio Fernández Estrada, hace más de una década. Lo primero a decir de Julio Antonio es que es una persona decente y que no conozco nada de él que no sea recto, lúcido y comprometido con los ideales de la Revolución. Lo segundo, que Julio Antonio es uno de los más brillantes intelectuales de su generación, con un estilo profundo y mordaz, como corresponde a un buen senequista. Tercero, que es uno de nuestros más destacados juristas, Catedrático de Derecho Constitucional y Romano, profesor universitario por más de veinte años, siempre elegido por el alumnado de la Facultad como el mejor de sus profesores. Cuarto, que Julio Antonio ha sido un trabajador de la Universidad de La Habana desde su graduación, pero esta Alta Casa de Estudios se ha venido deshaciendo de su magisterio gradualmente, no obstante, la solidaridad de algunos de sus colegas, hasta que recientemente le fue rescindido o no renovado su contrato, rompiendo así su último vínculo con la Universidad y sin que importen muchos los argumentos utilizados al efecto puesto que a una persona decente no se le deja sin trabajo. Quinto, que en cuanto a sus escritos en OnCuba me parece fuera de discusión su derecho a ejercer sus opiniones, puesto que de eso se trata; en todos los trabajos de Julio Antonio que conozco, sus críticas han estado acompañadas siempre de un fondo ético y político, inobjetables, pero en todo caso, dignos de ser debatidos y nunca penalizados.
Mylai Burgos: Entré a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana en 1993, por la misma puerta que Julio Antonio, nos separaban aulas, personas y un poco más. Épocas repletas de escaseces donde sobrevivíamos de la inventiva y agarrados a la historia para seguir activismos estudiantiles de antaño. Julio y yo nos conocíamos, pero nos replicábamos entre la introversión de uno y la extroversión propia, estuvimos cerca y también lejos muchas veces. Pero la vida desdeña lo superfluo y une la honestidad para asentar la amistad. Por eso algunos años después empezamos a caminar juntos pensares y quehaceres, tan juntos que el sendero se ha vuelto un andar mutuo.
Compartir sus palabras ha sido uno de los motivos de esos andares, pero hace un tiempo tuvieron un repunte al saltar a las redes sociales pequeños textos temáticos de su sentir, que es el sentir de muchos y muchas. Hablar de la coyuntura política, del barrio, de las expectativas truncas, de la discriminación, de la democracia, de la república, de la constitución, de ese derecho que estudiamos con su padre, nuestro maestro excelso, donde la libertad no existe sin igualdad, y la justicia fraterniza con la política, hablar y poner sobre la mesa con prosa poética lo que a muchos nos golpea el alma, desde la isla y por ella, es lo que ha sucedido en los últimos meses con sus textos en el mundo virtual.
Mi acercamiento no es nuevo, van conmigo en sus reflexiones lo que nos duele y nos mueve por el presente y el futuro de Cuba.
Aurelio Alonso:  Si hablamos de “acercamiento” tendría que empezar por decir que estoy cerca de Julito desde antes de que naciera debido a la estrecha amistad que tuve con Fernández Bulté desde los años sesenta, cuando nos iniciábamos en la compleja tarea de la docencia desde perspectivas teóricas a las cuales la Universidad había sido adversa hasta el triunfo de la Revolución. Vi crecer a Julio Antonio, y formar su inteligencia, entre la estampa cultural ideológicamente comprometida de su padre y la ternura de su entrañable madre. Lo recuerdo, todavía estudiante de Derecho, en una de las conversaciones sobre temas polémicos que Julio y yo solíamos sostener cuando le visitaba, pronunciarse contra la pena de muerte con argumentos tan sólidos que me impresionaron por su madurez. Me atrevo a caracterizarlo hoy como uno de los estudiosos más serios de su generación. Sus trabajos recientes en On Cuba reflejan, como todo lo que he leído de él, esa correspondencia del compromiso con el ideal socialista y la indispensable originalidad de pensamiento, que no puede ser digerida desde los extremos, pero termina por abrirse paso cuando mantiene su curso y se logra profundizar con coherencia.
Israel Rojas:  A día de hoy la circulación de ideas en la red cubana es mayor que nunca y es imposible estar al tanto de todo. A veces siento que se ha pasado bien pronto del murmullo por escasez de voces a una etapa de mucho ruido e incapacidad de asimilar tanto.  
Hay sin embargo un grupo de comunicadores que tienen el don de proyectar luz con largo y certero alcance. Se destacan. Nutren y oxigenan. Imposible no estar al tanto de sus comentarios y reflexiones. Los artículos de Julio Antonio Fernández se ganaron mi atención. Se coló en mi lista personal de líderes de opinión. De mentes a la que arrimar el alma. De voces que compartir y recomendar.
Está de moda escribir bien, a veces de manera genial, sobre la derrota, el escepticismo, el descompromiso, o el llamado al “todos contra todo”. Por otro lado,está el lenguaje gastado y lleno de zonas comunes que tanta discusión ha motivado en los congresos de la UPEC y la UNEAC, pero del cual evidentemente no es fácil deslindarse rápido.
Soy de una generación que, aunque desordenado, no le gusta el desorden. Que cree que el espíritu más libre es el que asume compromisos y que aun sabiendo que no fue posible crear al hombre nuevo, ve en muchos cubanos y cubanas los síntomas positivos de aquella aspiración. Quiero soberanía, progreso y mayores libertades para el futuro, pero para todos equitativamente según su buen hacer y no solo para una parte afortunada.
Entonces es obvio que soy lector de Julio Antonio Fernández. Un comunicador que logra atraparme por la calidad de los contenidos y la manera de abordarlos. Una voz pedagógica y jurídicamente calificada que ilustra y convoca a entender temas complejos y cotidianos. Que se hace mis mismas preguntas y se aventura con las respuestas. Corre el riesgo. Da la cara. Nos devuelve palabras en todo su sentido real y no en el que el nuevo imaginario desideologizante por desgracia va imponiendo. Y para colmo de bienes, se desnuda en uno de sus más recientes entregas periodísticas para hablarnos como hijo. En un mundo en el que los padres del tamaño del suyo, muy pocos viven como vivió su padre y mucho menos dan hijos que prefieren la docencia, el doctorado, el periodismo escrito y la investigación social ¡Con tanta firma extranjera que administrar! ¡Con tanto negocio que hay para hacer! Y mucho menos le llamarían a su hijo José Julián, que es más que nada una declaración de fe.
Me van a disculpar, pero tengo que creerle a Fernández Estrada. Ojalá un día la vida privada de muchos hombres públicos sea así de transparente.
Espero siempre su columna en OnCuba. Y a veces me pregunto por qué no se reproducen algunos de estos excelentes trabajos en medios de mayor alcance como la radio, la televisión o la prensa plana nacional. Se desaprovecha o al menos no se explota al máximo el potencial que en materia de pensamiento cubano contemporáneo aportan muchos buenos hombres y mujeres, solo por el pecado de publicar desde una “plataforma informal” y sospechosa.
Debo aclarar que jamás he compartido con Fernández Estrada ni una cerveza. Acaso un saludo cortés en una sola ocasión. Pero le conozco por lo que escribe y ya en eso, confieso que pueden estar viciadas de nepotismo estas letras.
Llanisca Lugo: Mis encuentros con Julito siempre han venido de la mano con los recuerdos de la Plaza Agramonte en la Universidad. Para mí Julito siempre está en las aulas, lo recuerdo saliendo del Anfiteatro o de las aulas de la Facultad de Derecho rodeado de estudiantes que le preguntaban, comentaban, exploraban otro tipo de relación con el derecho, con la pedagogía, con la ética revolucionaria a través de un diálogo lleno de romance, compromisos y prácticas coherentes.
Para mí Julito, es siempre el del premio PUM de los estudiantes, el de las polémicas, el del halo de magia y seducción que ponía siempre la democracia en el centro del compromiso pedagógico y también viceversa.
Un amigo me dijo una vez que hubiera querido ser como Julio Antonio, por la valentía con que defendió su tesis de licenciatura a pesar de que podía traerle problemas, y yo fui comprendiendo mejor por qué la admiración expresada en la plaza de árboles y bancos donde se hablaba de todo porque en todo estaba la diferencia.
Después vino un taller en el Centro Martin Luther King donde socialismo y revolución venían con brazos de trabajo llenos de sudor, y otro taller para vivir la revolución cubana a cincuenta años de su triunfo, y su tremendo buen humor que hace  reír y pensar, que hace buscar.
Sus textos me traen esa historia como hilo que teje el tiempo y siempre veo al mismo muchacho, un poco más viejo, padre, maestro, lo veo escribir para seguir corriendo los límites de las preguntas que tanta falta nos hacen. Sus textos son una síntesis del sentido común cuando la mirada a la vida cotidiana se hace  sin cortinas, son como piezas hilvanadas en el sentir más sencillo, donde además de la belleza, aparece la verdad que siempre se puede entender porque se puede tocar.
Hoy nadie tiene dibujado el proyecto de consenso con el pueblo cubano, y no están las respuestas agotadas y claras, pero Julito contribuye en el campo de las preguntas y en la ampliación de la reflexión sobre lo posible que aparece cada vez más constreñido y limitado.
Julio César Guanche: Conozco bien a Julio Antonio Fernández Estrada desde hace más de 20 años. Muy reconocido como profesor universitario, nació casi literalmente en la Universidad de la Habana y a ella ha dedicado, al completo, su vida. Es, acaso, el más destacado especialista en Derecho Romano en el país –una disciplina muy compleja, y de conocimiento imprescindible para entender la base del sistema jurídico cubano. Asimismo, tiene gran competencia en materias de Filosofía del Derecho, Derecho Constitucional, Teoría del Estado y el Derecho e Historia del Estado y el Derecho, tanto para el ámbito global como el nacional. Al mismo tiempo que ha trabajado en esta formación, ha mantenido relaciones muy estrechas con todas las generaciones de estudiantes que ha formado, y ha participado junto a ellos de cuanto proyecto político o empeño social han seguido dentro y fuera de la Universidad. Antes de los 30 años ya había obtenido dos licenciaturas (Derecho e Historia) y un doctorado. Contar con un profesional de esta entidad y calidad es un orgullo para los que respetamos y admiramos a la Universidad de la Habana como una de las instituciones centrales de la cultura científica y política del país, y para todos los interesados en la docencia e investigación del Derecho y en la promoción de la cultura jurídica hacia el ámbito de lo social. Un profesional así es, además, el tipo de “patrimonio” universitario y cultural que cualquier sociedad se precia en tener, por lo que contribuye con toda ella, y no solo hacia sus alumnos en específico.
Además, Julio Antonio pertenece por derecho propio –y no solo por la “herencia” recibida de su padre, Julio Fernández Bulté, el más grande jurista cubano desde 1959 hasta hoy—a la gran tradición cubana de intelectuales públicos, que se deben tanto a la docencia universitaria como al debate nacional sobre los asuntos cruciales del país. Es la tradición, por ejemplo, de Raúl Roa García, profesor celebérrimo de la Universidad y decano en ella dos veces, intelectual de vanguardia en América latina y político plenamente comprometido con la justicia social y el socialismo, cuya labor fue en su tiempo una de las grandes inspiraciones de la juventud estudiantil cubana.
Los textos de Julio Antonio publicados en ONcuba, como sus artículos académicos, intervenciones públicas, charlas, conferencias, cursos, clases, etc, tienen el mismo espíritu y la misma vocación: presentar disputa en el espacio público cubano a favor de lo que, por aprovechar la mención antes hecha a Roa, este llamaba “el socialismo de la libertad”: un socialismo comprometido con la libertad, la justicia, y también la belleza. Julio Antonio ha sido capaz de situarse, con brillantez, en el difícil género de la crónica y ha entregado, con su columna en ONcuba, uno de los espacios más lúcidos y legibles que existen hoy en Cuba no solo para reflexionar, sino para reencantar con el socialismo, la revolución, la democracia y la república, a un público que confirma, descubre, o redescubre, en sus textos, que el socialismo puede ser confundido por algunos con la ignorancia histórica, con la mediocridad intelectual, con el entusiasmo por rechazar el pensamiento crítico y con la vocación de entender el “debate político” como una cacería de brujas que haga irrespirable el cielo, por demás tan azul y despejado de Cuba, pero que el socialismo en este país ha sido, es y puede ser más libre, más justo, más hermoso (y más eficiente) que esas distopías cometidas en su nombre.
Julio Antonio, que además es un buen conocedor de la cultura y el lenguaje popular de Cuba, sabe que nació en un país que debe, para mal y para bien, su historia, en buena parte, al azúcar. Por ello, sabe también que en esta isla ser un “amargado” es un crimen de lesa cultura nacional. Sus textos en ONCuba tienen así, y lo tienen naturalmente, como están en el carácter de su autor, el humor, la alegría, la música, la seriedad, la gracia, la profundidad y la sofisticación de la Cuba que se merece Cuba. Creo que esa columna es hoy una gran aula para expresar y sentir parte de lo mejor que tiene este gran país nuestro.
¿Qué lugar tienen en los espacios institucionales en Cuba hoy los enfoques que Julio Antonio Fernández, y qué desafío pudieran plantear?
Juan Valdés Paz: Considero que las opiniones de Julio Antonio, la mayor parte de las cuales comparto, deben ser debatidas en su contenido y forma, aceptadas o impugnadas, pero siempre respetadas como un derecho de opinión y nunca tomadas de excusa para descalificar a la persona, menos aún si se trata de un revolucionario.
Creo que lo que publica Julio Antonio en OnCuba podría y debería ser publicado en otros órganos de prensa, en otros espacios en los que pudiera ser conocido y debatido.
El caso de Julio Antonio Fernández es el de todos los revolucionarios o no revolucionarios, que desde “dentro de la Revolución” reclaman tener voz para expresar sus opiniones y propuestas; el de aquellos que responden al reiterado llamado del Presidente Raúl Castro para que los ciudadanos en general y los intelectuales en particular, contribuyan con sus talentos y criterios al proceso de cambios que el país demanda.
La ausencia de suficientes espacios plurales, las restricciones en los medios y la falta de una cultura del debate, hace que las opiniones por fuera del discurso oficial les parezcan a algunos disonantes cuando no disidentes. Esto puede dar lugar a un escenario de malos entendidos, pero también a actitudes defensivas, sectarias u oportunistas. Solo el debate de las diferencias nos permite discernir en qué estamos todos de acuerdo y sobre esos acuerdos, construir el consenso y asegurar la unidad política de la nación.
Mylai Burgos: Llevo la isla muy dentro, por eso, aunque viva fuera de ella hace catorce años, estoy al tanto de su hacer constante.
El debate ideológico cubano vive en la triple tensión de lo que se puede, con lo que se debe y lo que se quiere. Todos dicen que intentan, pero nadie lo logra, y no se sabe si es porque no se puede, no se debe o no se quiere, o las tres a la vez.
Los debates están en todos los medios de comunicación, a lo que se ha sumado el mundo virtual donde el control es imposible y la libertad navega entre la profundidad y la superficie, hay de todo, mucho para desechar y un poco más para rescatar.
El Derecho en estos lares, la constitución, sus articulaciones democráticas, la libertad con igualdad, los derechos, sus garantías, el respeto a la legalidad, la norma jurídica como  fenómeno dialéctico que es, el derecho como contén a la corrupción, a la arbitrariedad, pero también a la explotación, nunca han sido temas preponderantes en ningún espacio en la isla, la institucionalidad pasa por el discurso del orden, la disciplina, el control pero nunca por el derecho, los derechos, donde también hay deberes y obligaciones. Esta situación ha tenido un devenir histórico constante en el proceso revolucionario cubano, por eso la conciencia jurídica campea por su ausencia en los procesos ideológicos, en el actuar político institucional y en las prácticas cotidianas de la sociedad isleña.
La discusión jurídica en Cuba ha tenido mínima cobertura desde los años noventa en algunas publicaciones de revistas sociales como la Revista Temas de Cuba y la Revista El Otro Derecho de Colombia. Hubo producción de revistas sobre el derecho, aunque azotada por el período especial pero también por sus desidias descriptivas y poco rigurosas propias del positivismo marxista ortodoxo, que de marxismo sólo tenía el nombre. En los últimos diez años, han aparecido una serie de libros que, con contadas excepciones, siguen la misma línea, exposiciones escolásticas de temas diversos sin un debate de contradicciones, sin un estudio de la realidad sociojurídica, sin un cuestionamiento del status quo jurídico desde sus instituciones, estructuras, funciones y sociabilidades.
Al debate ideológico jurídico cubano hoy hay que extirparle la triple disfuncionalidad antes descrita, el poder, el hacer y el querer, pero también el anquilosamiento perpetuo, la inercia mediocre, la ignorancia con miedo y llenarlo de intempestiva valiente, frescura, profundidad, intimismo, verdad y crítica. Pero, sobre todo, empaparlo de socialismo, que, por ende, implica todo lo anterior y más.
Este es el debate que nos trajo Julio Antonio en el mundo virtual pero que sobre todo ha realizado en sus clases, enseñando derecho en la Universidad de la Habana desde hace más de quince años. Porque este debate jurídico no está solamente en los medios de comunicación, sino en las aulas donde se enseña, en los centros donde se investiga, en los bufetes donde se aplica, en los tribunales donde se impone con persuasión y justicia.
Cercenar ese debate honesto y socialista, como se refleja en los escritos y el actuar de vida de Julio Antonio, quitándole su mejor expresión, que es la voz de sus clases impartidas, es cercenarnos a muchas y muchos, y como se ha dicho varias veces, es una derrota del proyecto revolucionario cubano.
Aurelio Alonso: Los espacios institucionales están marcados por las circunstancias y no solo, aunque igualmente, por las personas que los dirigen (circunstanciales también), con sus virtudes y defectos, su competencia y sus limitaciones; y por una orientación que les viene dada – explícita o implícita – y simplemente comparten y replican. En escasas ocasiones son autónomos. Ni siquiera cuando se identifican así. La abolición de la autonomía universitaria en nuestro país se produjo en el entendido de que las libertades que la Revolución nos trajo podría haberla hecho superflua. No obstante, la historia muestra que una conducción intolerante siempre puede incidir nocivamente en los “espacios institucionales”. Para decirlo sin rodeos, no se trata solamente de que se acabe por cometer una injusticia (aunque sea lo primero), sino también del daño que la institución se inflige a sí misma al privarse de inteligencia, de debate, de creatividad, por el simple hecho de percibirla o sospecharla contestataria al sistema de conjunto. Para el intelectual revolucionario, diría yo que el mayor desafío es el de la coherencia, el no traicionarse a sí mismo porque quien no es capaz de defender lo que piensa difícilmente pueda ser confiable para la defensa del ideal de una sociedad superior. Es decir, más equitativa, más participativa, más justa, más armónica con la naturaleza, más solidaria aún que la que hemos logrado hasta hoy, que no es poca cosa pero que dista de ser ideal.  
Israel Rojas: La aparición de nuevos actores de la comunicación y la conformación de la opinión pública que trajo la era digital no acaba de sincronizar con buena parte de la institucionalidad cubana en general. Y es una pena. Un ordenamiento jurídico vetusto y poco ágil para atemperarse a los tiempos lo hace complejo. De repente académicos, intelectuales o ciudadanos con determinada pericia demostrada adquieren voz propia y ponen en circulación ideas que los políticos o responsables de cierta esfera no estaban considerando oportuna, efectiva o incluso, ni siquiera sabían que existía tal problema y en vez de generar un efecto proactivo, revolucionario, edificante, produce exactamente lo contrario.
Estos enfoques deberían tener un papel primordial por trasformadores. Y en el caso que no logre transformar, al menos ayudar a interpretar la realidad. Diagnosticar a tiempo. Movilizar la participación colectiva. Identificar los líderes de cada momento, temática o tarea.
Ya sabemos que nadie es bueno para todo. Y que un grupo motivado, convencido y con objetivos comunes es siempre más eficiente que un sujeto por muy estrella que este sea.   
Pero percibo que hay demasiadas sentaderas cuidando sillas. Las variables “correr riesgos” y “asignación de combustible” son inversamente proporcionales. Se va imponiendo el desmovilizador “no te metas en eso” y “no cojas lucha”, remarcado con el muy popular y metafísico argumento post/guillotina “por algo será”. Entonces mucha gente capaz se cansa y deja de ser tan útil como los necesitamos.
Uno de los desafíos mayores que veo en lo inmediato es que los capaces no se nos cansen.
El tiempo está a favor de los persistentes. Porque los que no tienen luz pueden eclipsar un rato, pero no tienen luz. Más temprano que tarde las razones se abren paso. Los antagónicos orgánicos y cívicos se complementan y reconocen porque en el fondo se necesitan y admiran. Ya sucedió antes con grandes intelectuales cubanos y más recientemente con los casos del profesor Esteban Morales Domínguez, con el Blog “La Joven Cuba” o con “Cartas desde Cuba”. Quien persiste y no se deja envenenar por el rencor, el tiempo le premia con el único atributo que nadie puede imponer por decreto: la credibilidad. Y este será un elemento fundamental en la Cuba de los próximos años.  
Llanisca Lugo: La manera que tiene julito de trabajar, contar, involucrarse, dar testimonio, es hoy muy necesaria a nuestra institucionalidad que no puede quedar en el lugar de la quietud y el óxido para que fuera de sus campos se renueven los consensos y las participaciones, no podemos tener instituciones seguras en la parálisis y la repetición mientras la sociedad se transforma en los bordes. Corremos el riesgo de metamorfosis en lugar de transformaciones, de vidas que crecen en lugar de proyectos de vida. No podemos enfrentar la despolitización y conservatización de la sociedad solo en los espacios  pequeños, las periferias, lo alternativo o desde los grandes discursos históricos, será bueno sacudirse por dentro, atreverse, tomar riesgos, vivir la experiencia de la participación real desde las voces e historias del pueblo.
Julio César Guanche: Los enfoques de Julio Antonio no son en caso alguno raros en Cuba. Son perspectivas compartidas por una vastísima cantidad de intelectuales y de personas de diversas profesiones, formaciones y oficios en todo el país y en sus diásporas. La inmensa mayoría de estas personas saben cosas de sentido común: que es mejor dialogar que prohibir; que es normal vivir entre diferentes; que es imprescindible hacer escuchar a las voces distintas; que un país y una sociedad son formaciones sociales extraordinariamente más complejas que un núcleo de militantes idénticos entre sí; que es difícil pero imprescindible lidiar con el talento; que los jóvenes deben tener espacio desde sus propias voces; que vivimos en el siglo XXI; que gritar en la calle es de mala educación, pero que actuar políticamente a través de la exclusiva “gritería” es algo peor aún, es una aberración; que la gente sabe más sobre sus propias vidas que “intelectuales” y “políticos” que hablan en su nombre, y monopolizan el “nosotros” y el “pueblo” para marchar sobre el espacio público como elefantes sobre cristalerías; que la discreción, la humildad, el compartir y la solidaridad son, en política, virtudes infinitamente superiores al narcicismo, la depredación y el monopolio. Sin embargo, ese “sentido común” —con todas las complejidades que entraña esa expresión— está resultando bastante inaccesible para algunos cursos políticos que estamos presenciando. Resulta toda una conquista en estos días alcanzar al menos la sensatez.
Actuaciones como las que se han seguido contra Julio Antonio no son “locuras”, aunque sean absurdos. Son el resultado “lógico” de la acumulación de ignorancias en puestos políticos, de la falta de necesidad y compromiso con enfrentar y procesar las diferencias, del despliegue de estructuras burocráticas ensimismadas sobre sí que, por años, se han “liberado” de demasiada gente con talento; de la convicción, nacida en la soledad de las oficinas, que es mejor constreñir que discutir, hasta apreciar este hecho como un resultado “normal”, cuyo culpable es la víctima porque “no entiende que no puede hacer eso”. Es el resultado, también, de un espacio público compartimentado que impide a la sociedad enterarse de estas actuaciones, que atentan contra todo derecho y contra toda ética mínimamente revolucionarias, y organizarse para defenderse ante ellas.
Más recientemente, a estas tendencias de antigua data se han sumado las complejidades del escenario global y de las nuevas relaciones con los Estados Unidos. Ante la complejidad del contexto, algunos creen que la única solución es multiplicar exponencialmente los “enemigos” y atrincherarse entre los exactamente iguales. Esas personas aprecian el mundo entero que les rodea como un vasto, compacto, cejijunto y unánime adversario que les ataca por todos lados. No es necesario abundar sobre los peligros de esta visión medieval de la política, aterrorizada, que parece pretender defenderse cavando un hueco en la tierra para sí misma, dejando contaminado el aire que no puedan atesorar.
Luego, los desafíos son viejos y nuevos, son complejos, pero no son novedades radicales. La política socialista los conoce bien y ha luchado a lo largo de toda su historia por alcanzar victorias en esos campos. Cuando las ha conseguido, ha sabido reconocerlas y festejarlas: ampliación del poder de la organización social, popular y ciudadana; burocracias estatales más responsables, eficientes y transparentes; extensión al unísono de derechos políticos y sociales, esferas públicas ampliadas, democracias impulsadas por iniciativas “desde abajo”, luchas contra todas las discriminaciones, economías reguladas a favor del bien común, control por parte de los trabajadores sobre los espacios productivos, relaciones internacionales justas, espacios solidarios de sociabilidad, pacificación de la existencia y dignificación de la vida.
Ante la eficiencia con que una corriente política cubana, muy minoritaria en lo social y apuntalada a cal y canto en zonas de poder institucional, pretende producir más con menos, esto es, muchos más enemigos con mucha menos política, debemos “resolver” lo que tanto necesitamos: no solo más pan y más libertad, como quería el Apóstol, sino también más lucidez y más dignidad. Como dice el propio Julio Antonio en su columna, todo lo que se “consigue” en Cuba tiene que “rendir”. Nos hace falta resolver más, y hace falta que nos rinda a cada vez muchos más cubanos.



Sobre los autores: Ariel Dacal Díaz, historiador y educador popular; Aurelio Alonso, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales;  Juan Valdés Paz, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales; Israel Rojas, músico y compositor, director de Buena  Fe; Julio César Guanche, jurista e historiador; Llanisca Lugo, psicóloga y educadora popular; Mylai Burgos, jurista y profesora.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El día después

Por Fernando Luis Rojas
Quizás mucha gente esté buscando reacciones emotivas, ecos líricos, frases contundentes que compartir, fotos conmovedoras, poemas rimados, consignas definidoras… Es y será así, imagino, durante un buen tiempo. Es una reacción lógica de muchos cubanos ante los acontecimientos de los últimos días. Que el país ha girado en torno a esto –y lo digo incluyendo a aquellos que existen no en el espacio físico del Estado-nación, sino en su imaginario– es una realidad perceptible. Que las reacciones de respeto en Cuba (ahora sí geográficamente hablando) han sido masivas –no totales, pero si mayoritarias– creo que también.
Afirmar lo contrario no me parece serio. Incluso, si queremos ponernos pedantes tendríamos que hacer ejercicios complejísimos: determinemos la cantidad de cubanos residentes en el exterior; tratemos de identificar las actitudes de ellos ante los hechos (festejos por la muerte de Fidel, crítica a su labor, exaltación de sus aportes y significado, indiferencia); tendríamos luego que hurgar en cuestiones más psicológicas, ¿quién actúa por reflejo? ¿quién lo hace sin la más remota idea de lo que pasa en la isla? ¿quién por presión social? Hagamos lo mismo con los residentes permanentes en Cuba, un ejercicio similar.[i] Finalmente, sumemos. Me atrevo a especular que seguirían siendo mayoría (y creo que amplia) aquellos que asumieron con dolor y respeto el fallecimiento de Fidel Castro. Las redes sociales son “un” país, “un” mundo; pero no “el” país, “el” mundo.  
Al mismo tiempo, un sector de la intelectualidad residente fuera de Cuba –sin consagrarse a la bravuconería y  sin utilizar un lenguaje ofensivo– ha iniciado un análisis del fenómeno y sus implicaciones futuras. En Cuba tímidamente ha ocurrido. Sinceramente, no creo que le corresponda a la dirección del gobierno o del partido hacerlo; a ellos toca –si hablamos en materia de una propaganda política consecuente– canalizar el sentimiento popular y ofrecer un mensaje de seguridad y unidad para el futuro.
Como las posiciones “emocionales” de los autores de A mano y sin permiso se expresaron en el editorial Fidel y el sueño de lo posible y el artículo Un Fidel muy íntimo, este último ampliamente replicado; quisiéramos aventurarnos con un aporte para ir desnaturalizando esa carencia que mencionamos antes.
Dos países: el de los “corderos” y el de los “iluminados”
Yo, que soy enemigo del “ciberchancleteo”, que no bloqueo a nadie en Facebook, me “metí” en par de ocasiones a “medir el aceite” de quienes festejaban en Miami la muerte de Fidel y argumentaban su alegría. Al final, como una advertencia para no cometer el error dos veces, tuve que abandonar el intento ante la frase de alguien a quien ni conozco “¿y por qué nos piden a la gente en Miami que les recarguen los celulares?”. Como lo veo, o no tiene familia en Cuba; o no es familia de su familia, ni amigo de sus amigos. Utilizar un argumento como ese es simplificar procesos y desnaturalizar relaciones en nombre de la filiación política individual.
Siempre he pensado –y lo he dicho– que nuestras instituciones educativas han potenciado una lectura muchas veces inmovilista del pasado y que eso, es un lastre para el desarrollo de la revolución, para el avance del país, para romper asideros mentales retrógrados. Lo mantengo, pero debo agregar que la reacción de muchos cubanos (en este caso, sí principalmente residentes en el exterior), ha presentado el problema en toda su complejidad. En mi criterio, quizás potenciado por las modificaciones de la ley migratoria, el restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos y el pragmatismo de Raúl en materia de política interior; el centro de ese inmovilismo mental como rémora para construir un futuro en que quepan la mayoría de los cubanos, se ha trasladado a Miami.
Soy enemigo de los esencialismos, porque al final, las principales contradicciones no se expresan en los antagónicos, sino en el espectro entre ellos. Pero, ¿cómo puedo articular proyectos con personas y grupos que se consideran “iluminados”, y por tanto, superiores en la comprensión de su país? ¿Cómo se puede construir un país “para todos” –o casi todos, porque lo otro es una utopía– si ya existe una posición de poder?, construida sobre el siguiente análisis: si hablas del impacto que constituye la muerte de Fidel, si expresas consternación o duelo, hay dos variantes, 1. “Eres un servidor del gobierno comunista” o 2. “Estás tan metido en el sistema de dominación que no eres capaz de percibir la realidad”. En ambos casos, corresponde a “nosotros”, los iluminados, enseñarte qué es la democracia, qué es la libertad, cómo se construye un país. Si eso no es una relación de poder, no entiendo nada.
Como soy un animal político, todos lo somos de una forma u otra, he sacado cosas en claro de esto. Pase lo que pase en Cuba, tenga cualquier derivación futura el proyecto de país, hay un amplio sector al que no puedo identificar como fórmula programática para la construcción de ese mañana. No sé si se han percatado, o se dejaron llevar “por la emoción”, pero en muchos casos el discurso de “luchar por un cambio de régimen para beneficiar a los cubanos residentes en la isla” se deconstruye completamente cuando me tratas como inferior. De ahí a una  dictadura no va nada.
Uno de los lugares comunes, en un esfuerzo por “intelectualizar” esa certeza de superioridad, ha sido la alusión al Síndrome de Estocolmo. Las primeras referencias fueron hechas por personas que han tenido una relación teórica con el término; después, el uso ha explotado. Yo no soy un especialista, pero viendo el estado de cosas creo que su empleo en los primeros momentos como imagen simbólica para defender una posición resultó interesante, pero la reiteración vacía de contenido ha venido a convertir su simbolismo en esnobismo. En cualquier caso, algunos autores cuestionan el propio punto de partida del término refiriéndose al acontecimiento que le dio origen. Dejo este asunto aquí, por ahora.
Fusión y separación de campos
Hay otro asunto de interés en cómo se han dado las reacciones. Tiene que ver con su propio contenido. Uno de los grandes problemas que atenazan a quienes seguimos defendiendo el potencial del proyecto cubano, está relacionado con la identidad construida entre Revolución y Fidel. Esa identidad tiene un fundamento, y es el papel protagónico que ha jugado el líder en todo el proceso. Tan es así, que los críticos más lúcidos reconocen el elemento liberador y de cambio en que se erigió el triunfo de 1959; y se concentran en los posteriores derroteros.
Sin embargo, el sector más extremista, el que celebró fiestas en Miami, no reconoce ruptura alguna. Toma como punto de partida las primeras medidas revolucionarias: la ley de reforma agraria, la reforma urbana y el proceso de nacionalizaciones; ergo, se descalifican esas medidas por los impactos que tuvieron; ergo, el problema no es Fidel, es la Revolución que triunfó en 1959 (disculpen esta reducción que llevaría un comentario más amplio de la dinámica); ergo, la aspiración, el deseo frustrado –pero latente– es desmontar desde el inicio. El problema es que esa posición no entraría en abierta contradicción solo con los militantes del partido comunista; en medio de las insatisfacciones y críticas, cualquier transformación en Cuba para la mayoría de sus habitantes debe tener como base la preservación de lo alcanzado.
En medio de emociones tan diversas, el día en que culmina el duelo oficial decretado por el gobierno cubano, puedo dedicar un cotidiano y popular “descansa en paz”. Lo hago porque la frase repetida por millones en los actos públicos y la calle “Yo soy Fidel”, la asumí buen tiempo atrás.
    
  





[i] Aclaro que esta división es metodológica, porque al final ni la emigración cubana ha tenido una actitud uniforme, ni los residentes en el país la tienen. No quiero sumarme a las prácticas simplistas de “aquí” y “allá”.

viernes, 2 de diciembre de 2016

El hijo díscolo

Por Fernando Luis Rojas

Carlos Javier deseaba cambiar su partida de nacimiento. Quería borrar un cuarto de siglo y comenzar a cumplir años desde 1981. Naturalizó esta obsesión, al punto de escoger como fecha de su alumbramiento el 23 de diciembre; justo el instante en que el popular periódico español El País publicara el primero de sus trabajos contra la Revolución cubana.
Hombre de talento, supo dosificar sus críticas, y entre certezas e invenciones aprendió a hacer flotar todo como verdad consumada. Reconocido, referencial y feliz, solo lo martillaba el viejo documento legal de 1956 y los veinticinco años que le siguieron.
Quería borrarlo todo: la libreta especial con que se benefició en los días más duros, las excelentes escuelas en que estudió y los preceptores personales que tuvo, las vacaciones en ocho países mientras su padre cumplía “compromisos de trabajo”, la oportunidad única de cambiar de Economía a Derecho – cuando se aburrió - en la Universidad de La Habana sin que las normas institucionales se convirtieran en un problema, el carro que manejó – y corrió por la Avenida 26 – desde los catorce años, la ubicación laboral  en un puesto en el exterior apenas se graduó…
Quería borrarlo todo, al menos de la vida pública. Quería convertirse en un hombre sin pasado, pero – paradójicamente – con memoria. El viejo certificado estaba sobre la mesa, y pensó que todo sería más fácil si empezaba de nuevo, si en vez de borrar lo ocurrido antes de 1981 se convertía en un hombre nuevo, en un desconocido, ¡si tenía otro apellido!
Tres cervezas más tarde abandonó la idea, se percató de que odiaba tremendamente el pasado, un pasado que apuntalaba su felicidad. Al final se confesó en secreto que desde su primer trabajo en El País, cada letra venía azarosamente a engrosar su disfrute actual, el mismo de los primeros veinticinco años, solo que conseguido de otra manera. 

lunes, 28 de noviembre de 2016

Un Fidel muy íntimo


Por Carlos Lage Codorniu
Mi niñez y mi adolescencia (como la de mis hermanos) estuvo marcada por la cercanía de Fidel. Eran los años "duros" del Período Especial y mi papá pasaba muchas horas con él. Al finalizar el día (o al empezar), sobre las 4am, Fidel dejaba a mi papá en la casa y allí seguía la tertulia como si fuera mediodía, en muchas ocasiones con mi abuela Iris.
A nosotros nos despertaron las primeras veces para saludar al Comandante, pero fue imposible después, por lo repetido. Cuando salíamos para la escuela y veíamos un par de vasos en la mesa del comedor decíamos: "en la madrugada estuvo Fidel".
Esa relación llegó a ser familiar y muy íntima. Fidel admiró mucho a mi padre y nos trasmitió esa admiración a nosotros. Si no, no pudiera escribir lo que escribo. Y admiró profundamente a una familia que sentimos cómo hizo suya. En los primeros días de recuperación después de su operación, dedicó con letra ilegible un abrazo a la familia y a mi papá. El día que se nos fue la abuela Iris escribió una sencilla pero emotiva reflexión.
Fidel me dio mi diploma de preuniversitario, fue el padrino de mi primer matrimonio y el día en que me eligieron presidente de la FEU, cuando terminé mi discurso, me dio un fuerte abrazo que no supe si familiar o emotivo o comprometido o todas las cosas juntas. Después habló 6 horas y advirtió que al Socialismo solo lo podríamos derrumbar nosotros mismos. Era el 17 de noviembre de 2005.
La huella que más nos caló de esa relación fue su extrema sensibilidad.
Fidel trataba a sus interlocutores a la par, sin importar la edad o el nivel cultural. La gente lo trataba de tú, porque él no ponía distancia alguna. En la sala de la casa presenciamos intercambios simpatiquísimos entre Fidel y Olga y Julia, dos negras iletradas que criaron a mi papá y mis tíos antes de la Revolución y se quedaron en la casa hasta sus últimos días, como abuelas.
Y a cuanta cosa que un niño decía él prestaba atención como si se tratara de una cuestión de Estado. Cuando en la secundaria decidí estudiar la mitología griega, cuando empecé un círculo de interés en el zoológico o hice algún periodiquito para la escuela, Fidel indagaba con profundidad (y muchas preguntas) sobre todos los detalles.
Mi primer encuentro con Fidel fue a los 9 años. Mi hermano estaba recién operado de una obstrucción intestinal y mi papá se quedó conmigo en la casa. Fidel lo llama a trabajar y mi papá le explica la situación, a lo que él responde que me llevara. No sé dónde habrán quedado los asuntos de gobierno esa noche, porque yo recuerdo un interrogatorio de 3 horas sobre el estado de salud de mi hermano, la calidad del pan del barrio de mi abuela, mis asignaturas y actividades escolares, y mucho más.
Escenas parecidas se repitieron muchas veces. Él mandaba a llamar a la familia para acompañarlo a comer y ahí lo vimos desarrollar una idea hasta el final con una lucidez increíble. Hablaba de los problemas de Cuba, del Medio Oriente, de Estados Unidos, de nutrición o de nuevos descubrimientos científicos. Era un monólogo de muchas horas que resistimos las primeras veces (en otras no pudimos aguantar el sueño). En una ocasión, después de muchas horas en la mesa, Dalia le dice que los niños estaban dormidos, a lo que él respondió: "déjalos que duerman".
Quizás el mejor ejemplo de esa sensibilidad de Fidel fue en un 26 de julio en Santiago de Cuba. Después de 6 horas de discurso fuimos a comer y ahí conversó por unas 3 horas más. Cuando ya parecía que íbamos a dormir, mi hermana (que tenía 7 u 8 años) y parecía que no oía la conversación, pregunta: "¿y qué es una póliza de seguros?". Fidel paró en seco y le dijo: "espérate Cristinita que te voy a explicar". Fueron unas dos horas más, en las que ponía ejemplos y le preguntaba a mi hermana en cada momento si entendía bien. A eso de las 6 de la mañana fuimos a la cama y no habían pasado dos horas cuando sentimos el teléfono: "bajen rápido a desayunar que el Comandante se va para la Habana". Era un ciclón. En el desayuno estuvo conversando unas 3 horas más.
Fidel tenía una capacidad increíble para analizar la naturaleza de los problemas. Un día en que celebrábamos el cumpleaños de mi mamá en mi casa, me llama a una esquina y me dice: "¿es cierto que se hace fraude en tu escuela?". Yo no lo podía creer (había un fraude masivo en mi secundaria del que yo era parte), pero no hubo regaño.
Al otro día mi mamá fue a la escuela a hablar con la directora y se repitieron los exámenes. Cuando concluí la primera de las nuevas pruebas, al llegar a la casa, tenía una llamada de Fidel: "¿cómo saliste? ¿viste que no te hacía falta?". Unos días después, en un acto público en el Karl Marx, hizo una crítica muy fuerte del fraude, pero lejos de arremeter contra quienes lo cometían, lo hizo contra el tipo de evaluaciones y las condiciones que propiciaban que el fraude ocurriera.
El 12 de agosto de 1995 fuimos a comer a Palacio. Eran años duros y Fidel parecía mostrar en su celebración la angustia por la suerte de todos. La comida fue frugal: una sopa y unas croquetas, como se hizo costumbre en esos tiempos. A las 12 de la noche solo hubo una foto: Fidel, Felipe y su familia, mi papá y su familia, Eusebio, Chomy y la escolta (su familia más cercana). A aquellos fornidos de verde, en medio de sus caparazones, se les veía una inmensa y tierna admiración por el Comandante, al que habían entregado todos los minutos de su vida. Antes de dispararse el gatillo, Fidel me dice: "ve y tráeme el busto de Martí que está en mi escritorio". Así celebró Fidel sus 69.
Creo que se me queda mucho. Creo que no es escribible esta relación (hay emociones para las que no existen palabras). Ese Fidel humano, ese Fidel íntimo es el mejor Fidel que merece conocer la gente. Afortunadamente es el que podré mostrar a mis hijos.
Si algo fue mi papá en sus responsabilidades fue humilde y desprendido. Por eso, no conocimos privilegios materiales. Y los que necesariamente tuvimos no lo valieron, al menos así lo apreciamos y así nos lo hicieron ver. Nuestro privilegio fue la cercanía de Fidel, un Fidel con virtudes y errores, gigante de cualquier forma.
Por eso no importa que haya hecho alguna que otra cosa que no compartiera, alguna incluso que fuera costosa, no importa que haya escrito alguna reflexión que no pueda entender de ninguna manera. Llevaré siempre un cariño bien íntimo y un compromiso con el proyecto humano que él (más que nada y que nadie) representa y por el que nos hizo soñar.
Por eso, cuando muchos preparan "planes de retirada", sigo soñando con socialismos posibles, con cierta testarudez que desafía presentes difíciles.


viernes, 25 de noviembre de 2016

Fidel y el sueño de lo posible

EDITORIAL

En horas como estas los desacuerdos y las críticas quedan atrás. Especialmente porque el camino a ellas se fundó  en el sueño de construir una Cuba mejor, un mundo mejor, un hombre otro. Fidel Castro fue eso: el impulso para hacernos inconformes, críticos, para pensar que podíamos asir la utopía y luchar por ella, a contrapelo de un llamado permanente a la fugacidad del bien colectivo.

No creo probable que los fanáticos asomen la cabeza, pero podría ocurrir. A estas horas, lejos de la gente que lo sufre, haría falta entonces otra carga. No se trata de un estado lacrimoso, de la inmovilización, del desencanto; al contrario, es momento de seguir en las luchas cotidianas: seguir hablando del imperialismo, reivindicando el socialismo y criticando a los burócratas que lo retardan, lo funcionalizan al esquema dominante.

Fidel Castro dio un sentido otro a la revolución. Con él asumimos que la Patria no es patrimonio de nadie, que la revolución es más grande que nosotros, que la lucha es mundial, que las ideas se defienden a cualquier precio. Negar su lugar en la Historia de Cuba sería un acto infantil y malsano.

De seguro, la expresión de la gente en las calles, las redes sociales, las llamadas de madrugada, la necesidad de confirmación… son una prueba de que, a pesar de la distancia de los últimos años, de los graves problemas que enfrentamos, hay obras que perduran y símbolos que quedan.

Esta noticia nos une y al mismo tiempo, al menos a nosotros, nos llama a continuar un camino que bebió de la epopeya de 1959.