lunes, 26 de octubre de 2015

10 dias que estremecieron mi mundo

Por Carlitos

Por azares que solo los nuevos tiempos pueden explicar, en los últimos 10 días estuve muy cerca del Festival Mozart Habana 2015.

En jornadas de un gran aprendizaje y crecimiento espiritual, conocí mucho más de las interioridades de la prensa cubana, lo que me motivó a escribir el post anterior. Reviví pasajes sui géneris de nuestra vida cotidiana, de los que mi trabajo de oficina tantas veces me aleja. Y descubrí un mundo de pequeños titanes desconocidos o insuficientemente conocidos que intentan quimeras en el mundo del arte.

Vi la obra impresionante del Lyceum Mozartiano de La Habana, promoviendo lo mejor de la música de concierto, dándoles oportunidades de ensueño a muchachos muy jóvenes, como acceder gratuitamente a clases magistrales que en el mundo cuestan miles de dólares por hora o compartir escenario con relevantes figuras internacionales y cubanas. En Cuba o en las latitudes donde su talento y su sacrificio les lleven, estos jóvenes serán músicos cubanos formados por la escuela cubana de música y algo de esa semilla debe llenarles de orgullo, gratitud y compromiso con ella.

Vi a estudiantes muy jóvenes queriendo aprovechar cada segundo y aprender mucho, vi cómo "se les caía la baba" en las clases magistrales o en los momentos en que la orquesta callaba y daba espacio a la interpretación de los solistas invitados.

Vi como un joven director dedica sus mejores años a levantar una orquesta de niños de entre 8 y 12 años en la escuela Paulita Concepción del Cerro, con arrojo y condiciones materiales muy difíciles. Vi a esos niños hablar de Mozart y amar la música con una pasión que pone los pelos de punta.

Vi al pequeño grupo de jóvenes que integran la compañía de teatro El Arca contar con brillo en los ojos la investigación que por 10 meses desarrollaron para poner en escena su estreno (o work in progress) de este sábado: una obra de títeres con botones, retazos de costuras y proyectores viejos sobre una ópera que Mozart compuso a los 12 años.

Vi a grandes de nuestra música dedicar muchas horas con humildad, rigor y satisfacción a enseñar a los más nuevos: Niurka, Zenaidita, Ulises. No percibí genios "estirados", no había más barreras entre grandes y aprendices que aquellas que imponen el respeto a la trayectoria y el esfuerzo personal. Vi a Leo Brower seguir la interpretación de sus propias obras, con la cabeza, las manos, el cuerpo, desde la última silla del teatro.

Vi a un nutrido grupo de representantes de la Fundación Mozarteum de Salzburgo (patrocinadora del proyecto y el evento), algunos medios europeos y norteamericanos, y hasta la embajadora de Austria en Cuba asistir a prácticamente todas las actividades del programa. Más que disciplina, se podía sentir una admiración por esta isla real maravillosa, tan lejos de Europa y de Mozart, donde se practica el respeto por el arte y su significado social.

El New York Times ubicó al festival entre los principales eventos culturales de la semana. Una periodista y musicóloga de Boston terminó con lágrimas en los ojos la entrevista para el Noticiero del Festival y ya había escrito tres crónicas apasionadas sobre su experiencia en Cuba. No era para menos: en el aeropuerto, después de preguntarle el motivo de su visita, el aduanero le tarareó música de Mozart. En un acto en el ISA los directivos del Mozarteum de Salzburgo llamaron a Ulises Hernández "director perfecto" y una de las intérpretes de ópera invitadas, calificó la experiencia de Mozart en Cuba como de una "extraordinaria extravagancia".

Vi gente intentando imposibles, a pesar de que viven los mismos problemas de todos nosotros, desde una talentosa flautista pidiendo terminar el ensayo en tiempo para recoger a su hija en la escuela, una madre de la escuela Paulita Concepción que lleva y trae todos los días a su hija del Cotorro al Cerro (incluidos los fines de semana), hasta la ecuanimidad con la que vi sortear las mil trabas burocráticas que "se aparecen" a la hora de organizar un proyecto de esta naturaleza.

Necesitamos altares para estos hombres y mujeres, pero no altares ceremoniosos, sino altares que los jerarquicen en el imaginario social, que hagan que nuestros jóvenes quieran ser como ellos, altares que impidan que un desvariado burócrata reduzca sus proyectos a una función costo-beneficio, altares que les den fuerza para seguir adelante.

En estos 10 días me sentí diminuto como persona y gigante como cubano. Solo por cosas como estas valen la pena 50 y tantos años de Revolución, porque podremos ser prósperos y sostenibles algún día, pero socialistas (y soberanos) solo si logramos levantar la cultura como el más valioso de nuestros estandartes.

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