jueves, 15 de enero de 2015

Cuba y Estados Unidos: los dilemas del cambio (II parte)

Proyecto del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba cuba posible [cubaposible@gmail.com]

LO ACONTECIDO el pasado 17 de diciembre de 2014 ha conmocionado a amplios sectores de la comunidad nacional e internacional. Este evento abrió abruptamente ante nosotros un nuevo tiempo que desborda la imaginación de las mentes más creativas. Es por ello que Cuba Posible convocó a un grupo de especialistas para analizar la nueva coyuntura y los potenciales escenarios de desenvolvimiento.

Participan en este dossier: Aurelio Alonso, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales; Carlos Saladrigas, empresario y político cubano radicado en Estados Unidos; Esteban Morales, especialista en las relaciones entre los dos países; Michael Bustamante, historiador cubanoamericano de la Universidad de Yale; Roberto Veiga, jurista y coordinador de Cuba Posible; Rafael Acosta de Arriba, historiador y crítico de arte; Jorge Ignacio Domínguez, politólogo y vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Harvard; Lenier González, comunicador social y vice-coordinador de Cuba Posible; y Juan Valdés Paz, sociólogo y Premio Nacional de Ciencias Sociales.

1. En su opinión ¿cuál es el significado para Cuba del restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos?

Rafael Acosta de Arriba: Es un significado múltiple: la reparación de una injusticia histórica, el primer paso en firme hacia una nueva etapa de las relaciones bilaterales y la superación de un aislamiento en el continente. Ya al final, era más la soledad de los propios Estados Unidos que la que sufrió Cuba a partir de los 60, al inicio del conflicto. No por gusto el presidente Obama consideró esta medida como un nuevo capítulo en las relaciones de su país con el continente, en su discurso del 17 de diciembre.

Hoy es otra la configuración política de los países del hemisferio, Cuba forma parte de los organismos internacionales de integración y goza de excelentes relaciones con todas las naciones. Para el gobierno norteamericano, dar este paso es, a todas luces, una movida inteligente y necesaria ante la próxima Cumbre de las Américas de Panamá, a la cual hubiese ido –de no haber dado el paso– en una posición muy incómoda. Obama sabe muy bien que se conformó un bloque sólido, plural y articulado entre los países del continente, con una preeminencia de liderazgos de la izquierda democrática; por tanto, para restaurar o reacomodar su política exterior hacia su traspatio, era menester dar este paso.

Para la diplomacia cubana resulta un éxito indiscutible, en un año en el que se consolidó positivamente su proyección internacional (las conversaciones con la Unión Europea sobre la denominada Posición Común, la mediación para el arreglo del conflicto colombiano, el sempiterno voto contra el bloqueo en la ONU, el auspicio en las reuniones de la CELAC y el CARICOM, el reconocimiento universal por la ayuda a los pueblos africanos aquejados por el ébola y el acuerdo con Estados Unidos, entre otros hechos destacados).

Es indudable que las distintas administraciones norteamericanas fracasaron en su intención de doblegar a Cuba, sobre todo a su pueblo, el verdadero héroe de este prolongado episodio. Una vez cortado el nudo gordiano, una nueva etapa se abre para el país y ese es, a mi juicio, el significado mayor. En mi opinión, se debe apreciar este asunto siempre desde lo que reporta simultáneamente para ambos países; verlo por separado tiende a reducir la visión de conjunto del fenómeno. Cuando se habla de una victoria de Cuba, al hacerse justicia, y de una derrota para el gobierno de Estados Unidos, al comprobar que sus políticas hacia la Isla fracasaron, creo que se despliega una visión estrecha de la cuestión. Se trata de una ganancia para los dos países, para sus respectivas políticas exteriores, para la mejor inserción de ambos gobiernos en el concierto de las relaciones hemisféricas.

Jorge Ignacio Domínguez: El principal significado es un cambio de tono. Lo único concreto fue el intercambio de presos, considerados todos como espías por un gobierno o el otro. Pero las promesas con vistas al futuro, y el tono respetuoso por ambas partes, es algo francamente novedoso. Recordemos que casi todo lo mencionado falta por realizarse, y además, debe ser negociado todavía. Por ejemplo, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, más allá de cambiarles el letrero a las puertas de las dos Secciones de Intereses, debería llegar a un acuerdo sobre nuevas reglas para la conducta diplomática de cada uno en el suelo del otro, en particular, permitirle a los diplomáticos que se muevan con facilidad a lo largo y ancho del territorio nacional. Las nuevas posibles ventas que anuncia Obama en un nuevo tipo de relación con Cuba, solamente podrán proceder si el gobierno cubano adopta cambios, como por ejemplo, la venta de materiales para la construcción de residencias particulares. Esto presupone un mercado en Cuba que logre importar y revender en un contexto mercantil no-estatal, es decir, con "empresarios" cubanos que, supongo, sean cuentapropistas o cooperativas. No se trata de una empresa del Estado cumpliendo una función de intermediario.

Por la parte de Cuba, en la alocución del presidente Raúl Castro, hay una promesa concreta, que falta por ser cumplida a cabalidad: "la excarcelación de personas sobre las que el Gobierno de los Estados Unidos había mostrado interés", más allá de las dos personas en el intercambio de presos ya ocurrido. ¿Quiénes son y cuándo saldrán de la cárcel?

Hay, además, múltiples oportunidades de otros cambios no mencionados pero fácilmente predecibles. Por ejemplo, será difícil hacer mucho sin un acuerdo en aviación civil que permita un aumento del número de vuelos entre los dos países. Y hay una larga lista acumulada durante más de medio siglo que requeriría negociaciones puntuales de asuntos de todo tipo.

Lenier González: El paso dado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro podría abrir un nuevo tiempo en las relaciones entre ambos Estados. El anuncio hecho no es un evento mágico que solucionará, de facto, todos nuestros problemas, tal como lo expone la estructura de pensamiento mesiánica-mitológica para construir la esperanza: la espera paciente por la llegada de un evento cósmico que revolucione el orden secular, al estilo del "regreso de Quetzalcóatl" o la "llegada del Mesías", en el contexto judaico.

Estamos ante un evento político de primer nivel donde, por un lado, importantes sectores de poder en Estados Unidos han reconocido públicamente el fracaso de su política hacia Cuba, y por otro, la máxima dirección cubana parece convencida de que resulta imperioso transformar el modelo de "socialismo de resistencia" que hemos vivido hasta el presente.

Obama y Raúl han hecho una elección racional que abre un escenario totalmente nuevo para ambos países, donde queda abierto el desafío de construir gradualmente un conjunto de relaciones, en disímiles ámbitos, para dar consistencia a ese propósito. Además, quedan abiertas las puertas para que los actores nacionales comprometidos con la independencia nacional, puedan liquidar, de una vez por todas, el inmoral e ilegítimo bloqueo norteamericano contra Cuba, que ha traído pobreza material a millones de compatriotas durante medio siglo.

La decisión tomada traerá mucha polarización en las filas del gobierno de la Isla, en la emigración cubana en Estados Unidos, en nuestra sociedad civil y en las estructuras de poder norteamericanas. Hay sectores, en ambas orillas, que codifican el presente y el futuro sobre la base de la derrota del gobierno cubano, del ajuste de cuentas, de la imposición de sanciones, de la flagelación por la historia vivida en este medio siglo, de la implosión nacional. Ambos mandatarios han abierto una ventana a la gradualidad, la moderación y el consenso entre posiciones diversas, donde parece primar el diálogo en "igualdad de condiciones".

La nueva etapa que se abre ante nosotros no será un lecho de rosas, pues comienza un camino de reacomodos no exento de riesgos. Para Raúl y para Obama se trata de comenzar a construir una relación bilateral bajo el fuego cruzado de quienes conciben el paso dado como una traición. Cuba y Estados Unidos probarán su capacidad política de concertar y asumir el presente con pragmatismo y, a su vez, con creatividad. Se impone un diálogo sereno, en primer lugar, para saber de qué hablamos cuando hacemos mención a la "normalización de relaciones". Siempre recuerdo un cable desclasificado por Wikileaks en 2011, donde Hugo Llorens, embajador norteamericano en Tegucigalpa, Honduras, se quejaba porque las relaciones de Zelaya con Estados Unidos no eran "normales"; por primera vez en 100 años un presidente hondureño se había negado a involucrar al plácet norteamericano en el nombramiento de su gabinete ministerial. Es este el tipo de "normalización" que debería evitar Estados Unidos a la hora de plantearse este nuevo momento con Cuba.

Ambos gobiernos deberían repasar sus respectivas agendas e intentar traspasar la mayor cantidad de áreas de conflicto hacia espacios de colaboración, sin dejar de trabajar, en paralelo, con aquellos temas más peliagudos, sin renunciar a sus principios. Se pudiera avanzar, con cierta rapidez, en aquellos sectores donde los dos gobiernos han operado desde hace más de una década: lucha contra el narcotráfico, seguridad nacional, combate a enfermedades, capacitación contra el derrame de petróleo, catástrofes naturales, emigración, etc. Es legítimo que Estados Unidos quiera defender sus intereses y valores en Cuba, pero debería evitar cometer los mismos errores del pasado. Países como Canadá −con inversiones multimillonarias en la Isla y con una amplísima red de colaboración en el sector estatal y la sociedad civil− pudieran ser un buen ejemplo de cómo se puede estar en Cuba y trabajar activamente en la sociedad sin que eso sea un problema para nadie. Canadá, con su gobierno de derecha, debe representar para Estados Unidos un modelo factible y constructivo de relación con Cuba.

Para el archipiélago, se abre un escenario de potencialidades interesantes. En primer lugar, el diálogo al más alto nivel crea condiciones para seguir desarmando el andamiaje de la política de bloqueo. Además, la distensión con Estados Unidos crea estabilidad para acometer las imperiosas transformaciones económicas, políticas y sociales que necesita la Isla en el siglo XXI, sobre todo las vinculadas con el desmontaje de la institucionalidad derivada del modelo soviético adoptado en 1976, y parcialmente reformado en 1992.

Juan Valdés Paz: Si bien el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos es un acontecimiento que impacta a Cuba y la beneficia, no podemos interpretar todo su significado separado de una agenda que llevó meses de negociación y del contenido de 45 minutos de conversación telefónica entre los presidentes Obama y Raúl Castro, de la cual conocimos por los respectivos discursos de los mandatarios.

Una primera aproximación sería interpretar este restablecimiento de relaciones como el comienzo de un proceso de normalización entre ambos países, reteniendo que esta normalización es entendida de manera diferente por Cuba y por Estados Unidos. Para el Gobierno y la población de la Isla, la normalización incluye al conjunto de todas las relaciones entre ambas naciones y deben estar basadas, como mínimo, en los principios del derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas. Para Estados Unidos, esta normalización aparece limitada de momento a algunas relaciones y enmarcadas en "un nuevo enfoque" de su política exterior.

En todo caso, asumir la multiplicidad de estas relaciones y su normalización, supone el inicio de un diálogo, sostenido en el tiempo, que tendrá acuerdos y desacuerdos, reconocerá las mutuas diferencias y asegurará la mutua convivencia.

Si centramos nuestro comentario en las relaciones diplomáticas o interestatales, lo más relevante parece ser el establecimiento de una mesa de negociación entre ambos gobiernos y la eventual continuidad de la misma. En este sentido, uno de los gestos más notables de la Administración Obama ha sido superar el "costo simbólico" de negociar con "los Castro".

2. ¿Qué consideración le merece el hecho de que en un mismo día y a la misma hora los presidentes de ambos países hayan anunciado públicamente la concreción de un conjunto amplio de cuestiones que deben deshacer nudos espinosos que han separado y hasta enfrentado a ambos Estados?

Rafael Acosta de Arriba: Es la muestra más evidente de que el acuerdo fue ultimado hasta en sus más mínimos detalles, que no se dejó nada a la casualidad. Es una concertación en la que sobresale a simple vista la voluntad política recíproca que condujo a los acuerdos. La conversación telefónica en la víspera entre ambos Jefes de Estado, las coordinaciones de apoyo con el Papa Francisco y el gobierno canadiense, el intercambio de prisioneros y los gestos de buena voluntad que se dieron por ambas partes, es decir, todo lo que configuró esta negociación, habla de una meticulosidad encomiable. Llama igualmente la atención el secretismo que la cubrió, para bien, desde luego. No menos evidente es el coraje demostrado por ambos mandatarios.

Al saltar el tan vasto abismo político existente entre los dos gobiernos se plantea, y a la vez se propicia, una etapa subsiguiente que consolide los acuerdos. Mantener este terreno ganado será una empresa harto difícil. Se trata de crear una era de paz y distensión donde antes hubo enfrentamiento y violencia por más de cinco décadas, un tiempo en el que cada cual pueda trabajar de conjunto sin inmiscuirse en las políticas domésticas del otro (en particular Estados Unidos en lo interno de Cuba). La pregunta aquí sería saber si las administraciones norteamericanas podrían permanecer inactivas ante el reacomodo de fuerzas que inevitablemente se producirá en la Isla a partir del relevo generacional inexorable, a establecerse en la dirección cubana.

Jorge Ignacio Domínguez: Fue una excelente demostración de coordinación entre dos gobiernos con previa alergia a la coordinación y entre seres humanos que les corresponde ser presidentes, quienes conversaron largamente para lograr enviar un mensaje: que sí toman el cambio en serio, más allá de un intercambio de presos.

Lenier González: Las alocuciones del 17 de diciembre de 2014 son el mejor signo indicativo de cómo fueron los procesos de negociación que ambos gobiernos sostuvieron en Canadá. Mostraron, de manera inédita, como dos presidentes de naciones enfrentadas pueden llegar a construir momentos de mucha coordinación. Hasta los discursos de ambos fueron escrupulosamente pactados: la hora en que iban a hablar, los agradecimientos al Papa y al gobierno de Canadá, la mención a los presos liberados de ambos lados, los puntos candentes que deja abierto el futuro (democracia, derechos humanos, etc.). El gesto denota valentía y altura política en ambos, pues desafían el status quo, y abren las cortinas para ensayar otros caminos sin renunciar, ninguno de los dos, a sus principios.

Tras el evento del 17 de diciembre y el período de negociaciones que lo precedió, se encuentran un conjunto de factores que llevaron a ambos presidentes a actuar: más de una década de profundas transformaciones políticas en América Latina; el proceso de reformas dentro de Cuba impulsado por Raúl Castro; los cambios demográficos en el exilio cubano; el surgimiento de nuevos actores políticos en Miami, y Estados Unidos en general, proclives a solventar sus diferencias con La Habana mediante el diálogo; el fortalecimiento de un consenso generalizado, dentro y fuera de Estados Unidos, del fracaso del embargo/bloqueo como mecanismo para lograr cambios en Cuba; la articulación de una fuerte corriente anti-embargo en Estados Unidos que tuvo como aliados a sectores empresariales norteamericanos y cubanoamericanos, grupos de emigrados, políticos estadounidenses de ambos partidos, etc.; la sintonía política sobre el "tema Cuba" entre el presidente Obama y la familia Clinton −estos últimos ejercen un fuerte control, junto a sus aliados, sobre la maquinaria del Partido Demócrata−; entre otros aspectos.

Sin embargo, ahora queda pendiente lo más importante y complicado: demostrar que se puede construir una relación bilateral con normalidad entre ambos países. Para esa tarea serán necesarias las mismas dosis de diálogo, concertación y valentía que hicieron falta para planificar la arrancada de las negociaciones.

Juan Valdés Paz: Obviamente, las declaraciones públicas fueron concertadas en forma y en contenido. Acerca de las cuestiones enunciadas se plantean decisiones, acuerdos posibles, discusiones pendientes y eventuales desacuerdos. En su discurso el presidente Obama anunció, además de las respectivas liberaciones de presos, un cambio de la política de Estados Unidos hacia Cuba, basado en una serie de medidas como:

»        Revisar la calificación de Cuba como un Estado que patrocina el terrorismo. Esta revisión será guiada por los hechos y las leyes.

»        Apoyo a los procesos de reformas en Cuba en una cierta dirección.

»        Delimitación de Zonas Económicas en el Golfo.

»        Promover intereses compartidos, como salud, inmigración, antiterrorismo, lucha contra el tráfico de drogas y respuesta a catástrofes.

»        Aumento del transporte, el comercio y el flujo de información desde y hacia Cuba.

»        Facilitar a las personas que viven en Estados Unidos viajar a Cuba. Ellos podrán usar tarjetas norteamericanas de crédito y débito en la Isla.

»        Aumentar la cantidad de dinero que se puede enviar a Cuba y eliminar los límites en giros que apoyan proyectos humanitarios, al pueblo de Cuba y a su emergente sector privado.

»        Facilitar transacciones autorizadas entre Estados Unidos y Cuba.

»        Permitir a instituciones financieras de Estados Unidos abrir cuentas en instituciones financieras cubanas.

»        Autorizar el aumento de las telecomunicaciones entre Estados Unidos y Cuba. Las empresas podrán vender los productos que den a los cubanos la habilidad para comunicarse con Estados Unidos y otros países.

Como dice la pregunta, algunas de estas medidas desatarían "nudos espinosos" pero el discurso de Obama incluyó también referencias a: perseguir los mismos objetivos por otros medios; explicitó tener predilección por cierta orientación de las reformas cubanas; definió los actores de su preferencia; y dejó claro a Raúl Castro que creía firmemente en que la sociedad cubana estaba oprimida por las restricciones impuestas sobre sus ciudadanos.

A su vez, el discurso del mandatario cubano también hizo mención al intercambio de prisioneros y dijo que "el presidente Obama, merece el respeto y reconocimiento de nuestro pueblo". Sin enunciar medidas, se refirió a la disposición cubana en el marco del restablecimiento de relaciones diplomáticas y del proceso de normalización de las relaciones entre ambas naciones a:

»        Sostener con el gobierno de los Estados Unidos un diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana, para tratar los más diversos temas de forma recíproca, sin menoscabo a la independencia nacional y su autodeterminación.

»        Discutir y resolver las diferencias mediante negociaciones, sin renunciar a un solo principio.

»        Apoyar la supresión del bloqueo económico, comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos al país.

»        Proponer al gobierno de Estados Unidos adoptar medidas mutuas para mejorar el clima bilateral y avanzar hacia la normalización de los vínculos entre ambos países, basados en los principios del Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas.

»        Reiterar su disposición a cooperar en los organismos multilaterales, como la ONU.

»        Reafirmar la voluntad de dialogar en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos y política exterior, a pesar de las profundas diferencias sobre todos esos temas.

»        Exhortar al gobierno de Estados Unidos a remover los obstáculos que impiden o restringen los vínculos entre pueblos, las familias y los ciudadanos de ambos países, en particular los relativos a viajes, correo postal directo y telecomunicaciones.

Al contrastar los dos discursos, se manifiesta en ellos tanto un espíritu de concertación como el interés mutuo en la normalización de las relaciones entre ambos países. Pero además de las diferencias de contenido, se muestran en ambas alocuciones algunas contradicciones: Obama se refiere a cuestiones externas de Estados Unidos e internas de Cuba; Raúl Castro solo se refiere a cuestiones externas de Cuba y de Estados Unidos. Esta diferencia en el alcance de ambos discursos ya plantea uno de los "asuntos espinosos".

3. ¿Cuáles fueron las características del discurso de Barack Obama y de Raúl Castro? ¿Cuál parece ser la perspectiva que despertó cada alocución?

Rafael Acosta de Arriba: Ambos discursos expresaron con sobriedad y respeto los puntos de vista de cada cual, una sobriedad que no estuvo reñida por la sinceridad de cada orador. El presidente Barak Obama se refirió al futuro empoderamiento del pueblo de Cuba, pensando en la era en que ya no esté gobernando la dirección histórica del país, y el presidente Raúl Castro insistió en la irrevocable posición de un socialismo "próspero y sostenible", de cara al futuro. Es decir, los objetivos respectivos han quedado bien claros.

Empalmar estas direcciones disímiles es la tarea que se avecina. Sin embargo, se superaron viejos enconos con tal de arribar al acuerdo, un verdadero aporte de distensión al caldeado panorama político internacional, pero sobre todo al expediente bilateral de más de medio siglo de hostilidades del vecino norteño. Se demostró sobradamente la capacidad de diálogo y entendimiento mutuos en este proceso, algo que parecía imposible, y al mismo tiempo, fue una experiencia que deberá ser muy importante y necesaria en el futuro.

Se sabe que los problemas que deben enfrentar ambos gobiernos, en aras de dar continuidad a los acuerdos, son de una complejidad extraordinaria, en particular dentro del sistema político de los Estados Unidos, en el que para muchos actores la decisión del presidente es considerada como una traición, y más ahora, cuando las dos Cámaras son mayoritarias para los republicanos. En el caso local, el verticalismo y centralismo del sistema hace más fluido implementar cualquier rumbo que decida la dirección del Partido y el Gobierno, aunque puede especularse sobre alguna resistencia latente en los sectores más reacios a algún entendimiento con el enemigo. Como quiera que se mire, se trata de un acontecimiento histórico (y lo digo a conciencia, sabiendo que el adjetivo ha sido constantemente degradado por la propaganda política cubana); el gran paso, tan distante para muchos −o para casi todos− ha sido dado y ya eso es una realidad. La práctica histórica indica que este tipo de medida suele ser irreversible. Quedan en pie dos leyes norteamericanas (cuya esencia es la hostilidad hacia Cuba), y la resultante mayor de una de ellas, el bloqueo o embargo, de manera que aún restableciéndose las embajadas respectivas, todavía queda mucho por avanzar.

Jorge Ignacio Domínguez: El discurso de Barack Obama trató un variado número de asuntos concretos, indicando claramente su interés en ampliar notablemente el marco de la nueva relación bilateral. La alocución de Raúl Castro se concentró en el intercambio de presos, la excarcelación por realizarse de otros, y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas; pero fue notablemente más breve y escueta que la de Obama sin abordar otros aspectos concretos. Sin embargo, ambos discursos enfatizaron la importancia del cambio, y prometieron apertura hacia otras posibles negociaciones; en el caso de Raúl Castro mencionando "los viajes, el correo postal, y las telecomunicaciones".

Lenier González: Pudiera hablar del contenido político de los mensajes de ambos mandatarios, pero prefiero centrarme en las narrativas sobre las cuales Barack Obama y Raúl Castro aspiran a concretar el cambio. Ambos presidentes utilizaron las narrativas hegemónicas o canónicas de ambas orillas, para anunciar el principal giro en las relaciones bilaterales en este medio siglo.

Raúl Castro colocó la decisión soberana de restablecer las relaciones con Estados Unidos en diálogo con la narrativa cubana de los 100 años de lucha, esbozada por el expresidente Fidel Castro en 1968 y reelaborada, con gran refinamiento intelectual, en el nacionalismo católico de Cintio Vitier. La sangre derramada por los mártires, sea en nombre de Cristo o en nombre de la Revolución, es el corazón donde se asienta el poderío y la consistencia de la tradición católica y de los nacionalismos a ella vinculados, pues hace referencia a la entrega consciente, valerosa y radical de la vida por una causa justa: dar la vida por "los otros". El paso dado por la Isla al abrirse al diálogo y la negociación con Estados Unidos, anuncia Raúl Castro, no constituye "una traición" a los que cayeron defendiendo la independencia de Cuba durante 100 años. Luego de reverenciar y de rendir tributo de lealtad a la sangre derramada por muchos de los jóvenes del Movimiento 26 de Julio, el Directorio 13 de Marzo y el joven Ejército Rebelde −muchos de ellos sus amigos personales y compañeros de causa−, Raúl anuncia el giro político más drástico del último medio siglo cubano. Pero más que sus palabras, todos los símbolos presentes en el despacho desde el cual Raúl se dirigió a la nación cubana, encarnaban y sintetizaban esa historia de lucha del pueblo cubano.

El discurso del presidente Obama, por su parte, se asienta en el derecho y mandato "dado por Dios" a Estados Unidos de América −"la ciudad luminosa sobre la colina"−, de guiar a las naciones del orbe hacia "la libertad y la democracia". Ese mandato los capacita para "empoderar al pueblo cubano" en nombre de esa libertad y esos derechos. En nombre de ese precepto se quiere abrir "una nueva era para las Américas".

A ese relato, que pretende ser universalista y civilizatorio, va unida la retórica tradicional sobre Cuba. Aunque el presidente Obama reconoce en su discurso que Estados Unidos y Cuba tienen una historia complicada, asume erradamente la retórica del exilio cubano que plantea que los "problemas" entre ambas naciones comenzaron con el triunfo revolucionario de 1959 y Bahía de Cochinos, sin percatarse que, en realidad, el "evento 1959" es el fruto de un tipo de relación injusta, hipertrofiada e inaceptable entre ambos países. Sin embargo, hay que decirlo con claridad: su discurso fue una pieza oratoria hermosa, con la elegancia y la elocuencia que lo caracterizan, a la vez que franco y valiente. Llega, incluso, a ser demoledoramente franco: quita del medio la retórica mesiánica de salvación, y afirma claramente que la política norteamericana hacia Cuba ha fracasado y que Estados Unidos no puede permitirse "el caos" en la Isla, ni darse el lujo de tener un Estado fallido en su frontera sur, espacio geográfico donde opera el crimen organizado.

Además del conjunto de vínculos, en disímiles ámbitos, que habrá que construir entre ambos países para encauzar por nuevos senderos las relaciones bilaterales, se impone, en la Isla y en la nación norteña, la construcción de relatos, discursos y referentes simbólicos que, sin renunciar a los principios de cada cual, contribuyan a allanar los caminos del entendimiento.

Juan Valdés Paz: Además de sus respectivos contenidos, antes señalados, ambos discursos se diferenciaron por la perspectiva desde las cuales se definen sus políticas nacionales e internacionales. De un lado un Estado imperial que desenvuelve sus políticas en función de sus intereses y eficacia; del otro, un pequeño Estado que trata de compensar la asimetría de poderes entre ambos mediante políticas de resistencia y la defensa de un orden internacional equitativo.

Lo importante de ambos discursos está en la voluntad expresa de iniciar una nueva etapa en sus relaciones, caracterizada por el diálogo, la negociación y la cooperación. Ambos presidentes y Gobiernos parecen coincidir en la identificación de un amplio espectro de cooperación bilateral de mutuo interés, entre las que se mencionan:

»        Asuntos migratorios.

»        Intercambios culturales y académicos.

»        Medio ambiente y afectaciones ecológicas.

»        Desastres naturales.

»        Correos, comunicaciones e Internet.

»        Colaboración en la interdicción del narcotráfico.

»        Rescates.

»        Seguridad aérea.

»        Remesas, paquetes y otros beneficios.

»        Intercambio "pueblo a pueblo".

»        Ayuda humanitaria, solidaridad y remesas para proyectos sociales.

»        Asuntos consulares.

Adicionalmente, el discurso del presidente Obama propone –en el marco de las limitaciones de la Ley Helms Burton− un mayor intercambio económico basado en:

»        Aspectos financieros ya acordados para facilitar las relaciones migratorias.

»        Ayuda humanitaria, solidaridad y remesas para proyectos sociales.

»        Viajes turísticos de norteamericanos a Cuba.

»        Cierto intercambio tecnológico, amparado por proyectos culturales, académicos y artísticos, previamente acordados.

»        Relaciones comerciales dentro de la potestad ejecutiva, tarjetas de crédito, relaciones bancarias en general.

Sobre el bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba: el discurso de Raúl Castro advierte que "aún se mantiene y debe cesar"; en el discurso de Obama aparece como una condición duradera, aunque declare su disposición de "involucrar al Congreso en una discusión seria y honesta sobre la eliminación del embargo". El Gobierno cubano habría retirado la supresión del bloqueo como una condición previa a cualquier negociación y habría aceptado la buena fe de la Administración Obama en su prosecución.

Pero el discurso de Obama, así como las directivas posteriores de la Secretaría de Estado y las declaraciones de su subsecretaria Roberta Jacobson, hacen expresos objetivos de su política hacia Cuba, relacionados con la sociedad y el gobierno cubanos:

»        En lo económico, favorecer: un mayor alcance de las medidas de privatización en curso; libertades para importar y exportar; participación foránea en las inversiones; desregulación de las contrataciones y el régimen salarial; indemnización por expropiaciones en los sesenta; etc.

»        En lo político, propiciar, desde sus supuestos: ciertas organizaciones laborales y libre sindicalización; los derechos humanos; la democracia; la oposición interna y su financiación; un mayor desarrollo de la "sociedad civil".

Así vemos que mientras las propuestas de cooperación revelan un universo compartido, estos objetivos declarados de la política norteamericana y los cambios esperados en Cuba, formulados por Obama, muestran un universo no compartido, una proyección intervencionista del discurso y eventualmente, diferencias irreductibles.

Estas discrepancias se corresponden, tanto con las respectivas historias nacionales, asimetrías estructurales e identidades culturales, como con el proyecto de país que cada Gobierno piensa para Cuba.

4. El presidente Raúl Castro sintetizó los temas que continuarán dialogando entre ambos gobiernos: la soberanía nacional, los derechos humanos, la democracia y la política internacional. Según su criterio ¿Qué actitudes y proyecciones deben asumir las autoridades cubanas en dicho diálogo?

Rafael Acosta de Arriba: Me parece que el momento precisa de una madurez suprema para enfrentar este proceso por ambas partes. Se sabe lo frágiles que pudieran resultar los puntos acordados desde una perspectiva hacia el futuro, si cualquiera de las partes cede a la tentación de acudir a los viejos lenguajes del odio y del enfrentamiento visceral, no se saben sortear los temas en los que no coincidirán en política exterior, que serán muchos seguramente; y si se cede a cualquier tipo de provocación. Es el momento de la prueba irrecusable (como gustaba decir a Lezama Lima cuando se refería a ese instante de no retorno, del punto crítico de una relación) y en ese punto solo la inteligencia, la firmeza y la voluntad política de avanzar en los acuerdos puede conducir satisfactoriamente hacia nuevas estaciones.

Pero me preguntan sobre las actitudes y proyecciones de las autoridades cubanas y desde luego, se trata de un cuarteto de temas que requieren, casi todos, de nuevas miradas; es decir, negociar, superar el conflicto y establecer relaciones sin renunciar a los principales postulados de justicia social que ha abrazado el país en los últimos cincuenta y seis años. Con relación a la soberanía nacional, la conducta de Cuba deberá ser la misma de siempre, firme, no negociable: hay todo un legado histórico de los padres fundadores de la independencia (aún desde la época en que la República en ciernes era solo una entidad itinerante en bosques y serranías) que marcó el camino a seguir y que la Revolución de los sesenta en adelante hizo suyo y lo potenció. Un legado que se ha nutrido del enfrentamiento a la arrogancia, a la hostilidad y a la beligerancia de los gobiernos norteamericanos por más de siglo y medio.

En lo adelante, cada vez más, la política del gobierno cubano hacia el interior del país debiera ser lo más inclusiva posible. Considero que se debe avanzar hacia el tipo de patria que quería Martí: "con todos y para el bien de todos". Sé que puede parecer ilusorio o ingenuo decir esto ahora, pero pienso que debe ser así: una perspectiva del país futuro expresado en clave republicana ayudaría mucho en esa compleja empresa. No se trata de aflojar las defensas, sino de practicar una nueva política que incluya a los que están a favor y a los que no lo están. Hay que convivir con la diferencia, acostumbrarnos a ella. Esto no es solo una aspiración para la convivencia con los Estados Unidos, como expresó el presidente Raúl Castro el 17 de diciembre, debería ser también para la convivencia hacia el interior de la nación. La fortaleza ya no estaría sitiada, al menos en la manera en que se consideró durante estos cincuenta años, por lo que las reacciones propias de esa situación de emergencia permanente, deberían ser reemplazadas gradualmente por las de una era de distensión y trabajo de conjunto. La conversión del enemigo en vecino poderoso, con el cual sostener negocios comerciales, relaciones turísticas y lazos culturales normales, implicará considerables cambios y adaptaciones de estrategias por ambas partes, pero tratar de trabajar coordinadamente debería ser una prioridad de la diplomacia cubana. Entonces, hay que dotar de sentido a esta nueva situación.

Jorge Ignacio Domínguez: La expresión de estos puntos en la alocución de Raúl Castro fue particularmente interesante: "Al reconocer que tenemos profundas diferencias, fundamentalmente en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos y política exterior, reafirmo nuestra voluntad de dialogar sobre todos esos temas." Quizás fue esa la oración de mayor interés para el Presidente Obama, al proponer la apertura de un diálogo sobre los temas clave del diferendo contemporáneo entre los dos gobiernos; a ello se suma el deseo del mandatario norteamericano de que la sociedad civil logre participar también del proceso, como entidad aparte y autónoma de los Estados respectivos.

Lenier González: Cuba necesita readecuar su institucionalidad sociopolítica. Debe hacerlo no porque se lo exija nadie: resulta un imperativo estratégico, pues no se podrá gobernar Cuba en el siglo XXI, ni salvaguardar su independencia, con instituciones que son incapaces de estar en sintonía con la monumental transformación que ha tenido lugar en la sociedad cubana, incluido el fuerte proceso de transnacionalización de la misma. Es decir, deben ocurrir en paralelo dos procesos políticos de naturaleza distinta, pero interconectados por circunstancias de beligerancia histórica: por un lado, el diálogo con Estados Unidos sobre soberanía nacional, derechos humanos, democracia y política internacional en el contexto de la reconstrucción de las relaciones bilaterales; y por otro, el imperativo soberano del pueblo de Cuba de dotarse de instituciones renovadas para conducir al país hacia el siglo XXI.

Raúl Castro debería intentar articular ambos procesos, siempre tratando de que la independencia nacional y la capacidad de redistribuir riqueza para las mayorías nacionales se vean lo menos afectadas posible. Habrá que sentarse a la mesa con la principal potencia hegemónica del orbe a dialogar estos temas sensibles, dando por sentado que Estados Unidos tratará de defender, a toda costa, una noción netamente liberal del ordenamiento político y económico. Por otro lado, Cuba necesita repensar el tema de los derechos humanos y la participación política a la luz de la distención con Estados Unidos. Para ello requiere desatar un proceso nacional, soberano, con el propósito de concretar un modelo político que re-articule el consenso nacional y, de esta manera, impedir la injerencia de potencias foráneas en nuestros asuntos internos. No hay otro modo más eficaz que este para lograrlo.

Se impone en este momento de negociación con Estados Unidos, de la parte cubana, la creatividad política. Para ello hace falta prudencia y moderación, pero a la vez firmeza y claridad en los objetivos a lograr. Un asunto que debe quedar claro es que Cuba no es solo su gobierno, sino también su sociedad. Es por ello que la sociedad civil cubana, y los actores cubanoamericanos moderados del exilio del sur de la Florida que han participado en la lucha anti-embargo, deben seguir contribuyendo en este momento. El Gobierno cubano debería repensar su manera de hacer política. Se impone transitar de un modelo que buscaba la hegemonía en un contexto de resistencia y confrontación frente a Estados Unidos, hacia un modelo que privilegie la negociación y la construcción de alianzas y pactos nacionales, en el contexto de una diversidad política comprometida con las metas históricas de la soberanía, la justicia social y la democratización política.

Juan Valdés Paz: Hay que advertir que la disposición expresada por el Gobierno cubano para discutir estos temas es inseparable de su definición de que estos serían objeto de un diálogo y no de una negociación, y que dicho diálogo se atendría a los principios de incondicionalidad, igualdad de los Estados, soberanía, no injerencia en los asuntos internos del otro y libre autodeterminación; es decir, al derecho internacional.

Es evidente que la interpretación del alcance e instrumentación de estos temas, por parte del Partido Comunista de Cuba y del Gobierno cubano, difiere radicalmente de aquella que predomina en la cultura política dominante en Estados Unidos y que ha sido promovida por sus gobiernos. Esto no quiere decir que en la sociedad cubana no existan interpretaciones diferentes ni que numerosos actores, personas o instituciones afines al proyecto revolucionario, que comparten igual interpretación de estos temas, no tengan posiciones críticas sobre su implementación.

En todo caso, cualquier diálogo del Gobierno cubano, representado por su actual equipo o por alguno futuro, deberá preservar los intereses nacionales codificados en: soberanía, independencia, república socialista, desarrollo económico y social, democracia plena, y seguridad.

Considero que la actitud cubana debe ser en todo momento favorable a: preservar el diálogo y la normalización de las relaciones; distinguir entre los objetivos de corto, mediano y largo plazo; conciliar intereses legítimos; así como reconocer y sustentar las diferencias.

5. Teniendo en cuenta la importancia de las temáticas anteriores y la implicación que lógicamente podría tener en la evolución del modelo sociopolítico de cada país, ¿qué participación debería asumir la sociedad cubana –o sea, sus actores más preparados, activos y responsables– en relación con este diálogo, con los temas que se discutirán en el mismo?

Rafael Acosta de Arriba: La reacción de alegría y tácito apoyo de la población, espontánea y auténtica, al momento de conocerse el acuerdo bilateral, habla de la importancia cardinal que le conceden, de la fe y la esperanza que ven en los acuerdos. No solo fue por el regreso de Gerardo, Antonio y Ramón, esperado y deseado por muchos, sino por lo que significa, a ojos del ciudadano común, el comienzo del fin de un conflicto en el que están involucradas miles de familias divididas, demasiadas fracturas y esperanzas rotas. A nadie se le escapa, ni a los más desinformados y apáticos, que un gran provecho social, humano y económico recíproco, puede resultar de estos acuerdos.

Se trata de una esperanza, vale decirlo, que se conecta con un cansancio acumulado en grandes sectores de la población, una fatiga a la que la literatura y las artes se han referido desde sus lenguajes propios; un hastío espeso que se nutre de los errores de bulto cometidos por años en la economía, de los pésimos servicios a la población (que no mejoran), de la civilidad deteriorada en grado sumo y de la agónica sobrevivencia diaria que tiene en la consecución de un plato de comida para cada día su expresión mayor. La desganada y decreciente participación de las personas en los mecanismos de representación −el Poder Popular−, es otra muestra de lo que intento expresar. Dentro de este contexto el tema de la juventud cubana me parece cardinal. Sigue siendo un terreno donde las políticas internas no llegan con suficiente efectividad y en el que una considerable cantidad de jóvenes, cada vez mayor, descree el discurso oficial y no piensa en su patria como la tierra donde realizar sus proyectos de vida. Un cuadro así, del que solo he descrito algunos de los rasgos negativos más notorios, sugiere y aspira a que no se le despoje de la esperanza.

A los que se identifican en la pregunta como "los sectores más preparados, activos y responsables", les corresponde un papel muy importante en este contexto; en primer lugar, contribuir a que se piense equilibradamente la política y el rumbo futuros, casi una quimera. Si se habla de socialismo, el enfoque no puede ser solo economicista, sino también político, participativo, democrático, y para que esto suceda hay que introducir nuevos cambios en la estructura institucional del sistema. Esto supone también la dinamización y potenciación de la sociedad civil y la aceptación de la pluralidad de los actores. Por tanto, es menester que se piense críticamente nuestro presente, opinar, lanzar propuestas, ayudar a conformar un pensamiento colectivo plural por parte de dichos actores, en los que la intelectualidad y otras voces jueguen un rol relevante.

Se debería comprender también por las instituciones que estos acuerdos, si no tienen una correspondencia en las políticas internas y en la reformulación del aparato institucional y de sentido del sistema, tendrán en dichas carencias su debilidad mayor. No es que se supedite un asunto al otro, que el país deba democratizarse más a partir del acuerdo bilateral y la nueva situación surgida, no es esa la idea, pero sí es preciso reconocer que son fenómenos concomitantes. Se debe contribuir además, a concientizar en la necesidad de avanzar hacia la asunción de las nuevas tecnologías de la información, sin miedo a ellas, a que el país se modernice en este orden, ponernos a tono con el mundo. La información abierta debe ser un derecho de todos. Es a todas luces una nueva era y ella debe analizarse con todo lo que significa.

Jorge Ignacio Domínguez: Tanto el gobierno de Cuba, como la sociedad cubana en un amplio contexto, se encuentran frente a la posibilidad de hacer historia. La puerta que se abre puede cerrarse de nuevo. Las nuevas brisas que prometerían los vínculos por Internet, mencionadas por el presidente Obama, requieren una buena disposición receptora en Cuba. La voluntad de diálogo exige personas dispuestas a dialogar, y autorizadas para ello. Algunos intercambios son más fáciles que otros. Recuerdo hace veinte años haber coordinado unos diálogos entre científicos de Cuba y Estados Unidos sobre temas de interés común: 1. ¿Cómo cooperar para la protección de especies migratorias entre ambos países? 2. ¿Cómo prepararse para un derrame de petróleo en los mares compartidos? 3. ¿Cómo profundizar en la cooperación sobre ciclones y el cambio climático? No son temas menos importantes hoy que hace dos décadas.

Algunos diálogos son difíciles y lleva mucho tiempo que den frutos. Sacerdotes de origen cubano, en Cuba y la Florida, tuvieron encuentros muy duros después de muchos años sin contacto, pero lograron con tesón y esfuerzo construir una relación mejor. Los guardafronteras y guardacostas mantienen desde hace años una relación profesional, respetuosa y eficaz, que puede ser emulada por otras entidades de ambos gobiernos.

El diálogo serio presupone que quienes lo sostienen poseen profundas diferencias, sino, entonces no hay verdaderamente un diferendo. La clave es reconocer que sí hay un conflicto, pero la discusión civilizada será el instrumento para resolverlo, no la violencia.

Lenier González: Tal como dije en mi respuesta anterior, Cuba no es solo su Gobierno, sino también su sociedad, que se ha trasformado aceleradamente en los últimos años, desdibujándose la férrea dicotomía entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, que expresaba que "la calle era de los revolucionarios" y, por transitividad, se privaba a todo aquel disconforme a salir y manifestarse públicamente en contra del Gobierno.

Sin embargo, hoy no puede decirse que en Cuba "la calle" –es decir, el espacio público− siga siendo exclusivamente "de los revolucionarios". Desde hace algunos años "la calle" ha sido también de las comunidades religiosas −que han celebrado actos públicos multitudinarios a todo lo largo y ancho del país−, del movimiento LGTB −que cada año celebra marchas y "besadas"−, del movimiento por los derechos de los negros cubanos −que cada año celebra sus fechas más importantes con actos públicos−. Este corrimiento del activismo social "no opositor" al espacio público no ha caído del cielo ni ha sido un regalo de nadie, sino el fruto de una ardua lucha de amplios sectores nacionales. Esos grupos de la sociedad civil han tenido que vencer el recelo de los sectores oficiales para ir ganando legitimidad y acceso a la esfera pública; han concretado su victoria, progresivamente, bajo el mandato presidencial de Raúl Castro.

Estos sectores "no disidentes" quieren transformar el país, pero no derrocar el Gobierno. Desde que Raúl está en el poder, coincidiendo en el tiempo con la expansión de los dispositivos digitales y las redes alternativas de comunicación, el país ha vivido un incremento significativo del debate público. Queda pendiente la institucionalización de toda esta sociedad civil "consentida o tolerada", para que pueda acompañar al país en este proceso de transformaciones. Esos sectores, dentro de la Isla, tienen el desafío de sumarse a la discusión y de participar con sus criterios en el debate en torno a estos temas. Instituciones académicas y culturales norteamericanas y cubanas deberían abrir sus espacios para ello. Sin embargo, creo que deben hacerlo tratando de asumir una actitud facilitadora de acercamiento, sin poner "contra la pared" a los principales actores de poder implicados en las negociaciones.

En Cuba se hace imperiosa una Ley de Asociaciones heterodoxa y flexible, que dé cabida en su seno a toda la pluralidad de actores que pujan en la sociedad cubana. En un escenario de distención con Estados Unidos, el gobierno de la Isla tiene el imperativo moral y político de convertirse en garante de toda la pluralidad política e ideológica del país. De esta nueva legislación podría emanar una regeneración de la sociedad civil cercana al Gobierno cubano, y la necesaria institucionalización de la sociedad civil "consentida o tolerada". A los sectores de la sociedad civil opositora que en el pasado han trabajado acoplados con los andamiajes internacionales de confrontación contra el gobierno cubano, enfocados en el "cambio de régimen" o en las "primaveras cubanas", les costará mucho trabajo poder insertarse en este nuevo momento que vive el país.

Juan Valdés Paz: Lo primero es entender que los intereses nacionales antes enumerados son de todos los cubanos y no solo del Partido dirigente o del Gobierno, actual o futuro. Consecuentemente, en el diálogo y la negociación, deberá garantizarse la participación más amplia posible de la sociedad, mediante sus representantes, instituciones e intelectuales. Para ello, serán necesarios los espacios y mecanismos de participación adecuados a las circunstancias, así como el acceso a la más completa información posible. De hecho, prácticas ya criticadas por el Presidente Raúl Castro de secretismo, desinformación, centralismo, autoritarismo, formalismo, unanimismo, ausencia del debate, doble moral, etc., son aún barreras por superar.

Puesto que la sociedad cubana es tan diversa en actores e intereses como cualquier otra, deberán crearse condiciones favorables al debate interno de estos temas y de las políticas concernidas. Una opinión pública silenciada tiende a ser adversa o enajenada. El apoyo de la opinión pública será en cada momento el principal activo de los interlocutores o negociadores nacionales.

Lo anterior será aún más válido y necesario frente al impacto que la normalización de las relaciones –diplomáticas, económicas, comunicacionales, científico-culturales, etc.− producirá en el país; y aunque ello necesitaría un examen por separado, vale decir desde ahora que el proyecto revolucionario y socialista sustentado hasta hoy por las grandes mayorías, enfrentará grandes desafíos.

Uno de ellos será la incidencia de las nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos sobre el debate interno en general, y en particular, sobre las propuestas y debates ya convocados, de: un nuevo modelo económico; un nuevo modelo de transición socialista en el país, su "conceptualización teórica del socialismo posible en las condiciones de Cuba"; y la prevista reforma constitucional. El injerencismo tradicional de Estados Unidos, ahora en condiciones de "normalidad", será puesto a prueba. Esta sí será una "batalla de ideas" a la que concurrirán una diversidad de actores, de intereses y corrientes de pensamiento.

6. Este proceso, resulta obvio, estará marcado por complejidades sensibles. Por ende, ¿qué errores deben tratar de evitar los gobiernos norteamericano y cubano, y los actores sociales de ambos países, para impedir el fracaso de esta nueva e importante oportunidad?

Rafael Acosta de Arriba: Ya me referí a esta cuestión. Se trata de acuerdos de mucha vulnerabilidad, fragilidad, que si no se tratan con la delicadeza y madurez pertinentes por ambas partes, pudieran naufragar sin remedio. Evitar y superar con estatura política las provocaciones de cualquier índole, me parece una estrategia medular de cara al futuro. La firme voluntad política de hacer triunfar las negociaciones venideras debiera ser lo más importante y necesario para los dos gobiernos, dejar atrás posturas y actitudes de una época de confrontaciones y agresiones, en este caso de los gobiernos de Estados Unidos hacia Cuba; de Guerra Fría, de sistema de bloques ideológicos. En lo adelante, salvar lo logrado debiera ser una dirección central en la diplomacia cubana. Es necesario vivir en el presente. Para los actores sociales queda la tarea de ayudar, de contribuir con sus opiniones, deseando, en ambos contextos, que sean escuchados. Hoy la divisa declarada por el gobierno cubano es la integración y la paz continental; ahí está el ejemplo del papel mediador jugado por la Isla en el conflicto colombiano, que ha obtenido un reconocimiento universal; y esa paz se gana cada día, a cada momento, pues es deseada por todos.

Jorge Ignacio Domínguez: El Senado de EEUU puede negar la ratificación de un primer embajador. En Cuba, la Seguridad del Estado puede arrestar y recluir a personas que considere enemigos, no simplemente adversarios. Y son quizás esas dos circunstancias los ejemplos iniciales de cómo interrumpir el desarrollo de una nueva relación.

Lenier González: El proceso se inicia con dos elementos en contra: la polarización y resistencia que generarán los sectores que quieren seguir viviendo de la confrontación (en Washington, La Habana y Miami) y la desconfianza política que puede existir, incluso, en sectores a favor de la normalización de relaciones entre ambos países.

El primer escollo habrá que saldarlo con astucia política, sobre todo siendo proactivos y sabios en las decisiones, actuando con prudencia y, a la vez, con firmeza. Existen sectores nacionales que harán todo lo posible para poner a prueba la capacidad política de las partes implicadas en la negociación.

El segundo elemento queda más en las manos de los gobiernos cubano y norteamericano, y tiene un núcleo central que resulta ineludible: que cada paso que se tome de manera conjunta, de ahora en adelante, redunde en la consolidación de la confianza política; y que los gobernantes de ambas naciones puedan poner sobre la mesa de diálogo todos los temas, por delicados que estos puedan resultar. Al gobierno norteamericano le asiste el derecho soberano de proponer, dialogar y potenciar en Cuba aquellos valores que son afines a su sistema político. Sin embargo, debería abstenerse de inmiscuirse en los asuntos soberanos del pueblo cubano.

Juan Valdés Paz: Efectivamente, será un proceso de normalización y eventual convivencia, sumamente complejo. Si bien este cuestionario de Cuba Posible se coloca en una perspectiva de corto-mediano plazo, sería necesaria una mirada de mediano-largo plazo para captar toda la complejidad implicada. Obviamente, una tarea posterior.

Pero visto en el largo plazo, ha de tenerse en cuenta que aun alcanzada una plena normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, subsistirán entre ambos contradicciones y tensiones derivadas de la proyección geopolítica de Estados Unidos, de su vocación imperial, de su defensa irrestricta del capitalismo, del mesianismo de sus élites dirigentes, etc.; todo ello favorecido por una descomunal asimetría de poderes. Cuba deberá sostener sus intereses nacionales en los más diversos escenarios y circunstancias, así como propiciar un orden internacional que los proteja.

Las virtudes de los actores pesarán menos que los posibles errores; de aquí la pertinencia de preguntar por ellos. Los más importantes errores a evitar por ambas partes serían: la subestimación del otro, el maximalismo, la mediatización de los principios, la ideologización, y desconocer las diferencias e intereses legítimos del otro.

Otros posibles errores de la parte cubana, de carácter metodológico, serían: confundir la discreción con la discrecionalidad de la decisión, limitar la participación social a los que dialogan y excluir a los que opinan, restringir la información pública, subutilizar la consulta y la deliberación, y prescindir de un consenso mayoritario.

7. En este momento se han abierto las puertas a un escenario clausurado por más de medio siglo. Por tanto, a partir de ahora, la multiplicidad de actores de ambos países podrá encontrarse e interactuar adecuadamente en el diseño y en la práctica de un universo novedoso de relaciones que debe estar signado por el respeto, el diálogo, la creatividad, la colaboración y la paz. ¿Cómo estamos preparados los cubanos, la institucionalidad del país, los dirigentes de todos los segmentos nacionales y las autoridades de la Isla, para sostener este reto y hacerlo tributar a favor del desarrollo de Cuba en todos los ámbitos?

Rafael Acosta de Arriba: La preparación que tiene el ciudadano común para lo que se avecina es, sin dudas, resultante de prácticas políticas ejercidas hasta la fecha, durante casi cinco décadas. O lo que es lo mismo, la gente ha sido acostumbrada a preguntar por la participación que debe tener y hasta dónde debe ser esa participación −es decir, mirar hacia lo alto e interrogar a los niveles superiores para saber cómo proceder. Así no se pueden enfrentar las nuevas etapas. Es necesaria una participación real, más vigorosa y genuina, y crear espacios de diálogo y debate de ideas donde quepan todas las discrepancias y se discuta con respeto absoluto por la opinión del otro.

En cuanto a la institucionalidad y los dirigentes, creo que necesitan por igual incrementar su participación desde la perspectiva de la creatividad: menos mente burocratizada, más preocupación por la calidad de vida de la población, menos suspicacia ante el pensamiento crítico, mayor receptividad ante las iniciativas de la sociedad civil. Es hora de hablar, criticar, proponer, y a la vez, de sentir que las ideas propuestas llegan a un oído receptivo. Igualmente se debieran estimular los emprendimientos de todo tipo. La productividad no va a incrementarse por llamados de la dirección, ese recurso ha demostrado su fracaso. Todo esto que he mencionado a lo largo de las respuestas, si logra articularse, es lo que yo llamaría "el comienzo de un cambio de mentalidad en la gente y en las instituciones".

En fin, pienso que la preparación base existe en algunas personas, mientras que es necesario crearla e incentivarla en otras. Realmente se precisa de una transformación sustancial, gradual, de lo que existe hoy en el país. Tales cambios pudieran ser la vía más expedita hacia el desarrollo social transformador y la democratización del poder, dos términos empleados por Dilma Rousseff en su discurso de asunción de la presidencia de Brasil y que me parecen muy interesantes vincularlos a nuestro contexto. Son conceptos que apuntan al movimiento social, a la celeridad de las transformaciones, a definir un rumbo. Y esa puede ser la cuestión central, definir un rumbo, una dirección y un sentido claros, que lo entiendan todos y no solo los que dirigen el país.

Formar parte de organismos internacionales integrados por países con signos políticos diversos sugiere que se estimulen políticas internas de aceptación de la pluralidad. He aquí otro de los tópicos que me parecen fundamentales en el nuevo escenario para nuestro país, la pluralidad. Es algo sobre lo que debiera meditarse, aun cuando no hubiese existido el acuerdo bisagra que acaba de materializarse.

Hay mucho por avanzar en la transformación de la sociedad y su aceleración, creo, debe ser considerablemente mayor que hasta ahora. Me parece una clara prioridad el aprovechar el período de paz y distensión que se perfila con los Estados Unidos, aunque sea una etapa preñada de conflictos y peligros. Sería una terrible noticia para los cubanos −los de cualquier orilla−, que se dejara escapar un logro tan ansiado para la vida presente y futura del país.

Jorge Ignacio Domínguez: La preparación es débil. Recuerdo una conferencia en La Habana con motivo del aniversario 40 de la invasión por Playa Girón, co-auspiciada por personalidades de Estados Unidos y Cuba, y por el entonces presidente Fidel Castro. En el transcurso de los dos días de intensa discusión, salió a colación el entrenamiento de los participantes cubanos para evitar el uso de palabras como "mercenarios" o "gusanos", y la evidente dificultad de muchos de lograr algo tan simple, pero psicológicamente tan difícil, como modificar el lenguaje.

Todo aquel acostumbrado a acusar al otro de ser un criminal, un asesino, o cosas peores, encontrará obstáculos para adaptarse a un contexto distinto. Y aquel que calificó a un dialogante de "traidor a la causa", también se encuentra desubicado en este nuevo contexto.

Parafraseando el Manifiesto Comunista, "Un fantasma recorre el Estrecho de la Florida: el fantasma de la paz y la libertad. Todas las fuerzas de la vieja Guerra Fría se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma". Espero que esta vez la paz y la libertad triunfen.

Lenier González: Solo si ambos gobiernos logran una estabilidad en sus relaciones, y Estados Unidos se abstiene de querer decidir la vida interna de Cuba, el gobierno cubano estará en condiciones de ir facilitando, gradualmente, el ajuste de la vida nacional.

Raúl Castro ha utilizado toda la autoridad que su figura posee para convencer a la dirección política de la Isla de que la transformación del modelo cubano es un asunto de vida o muerte. El actual paso dado respecto a Estados Unidos se inserta, con mucha fuerza, en ese camino de transformación nacional promovido por él y que ya no tiene marcha atrás.

Las actuales instituciones de la nación, por sus rezagos soviéticos, no sirven para que su relevo político pueda gobernar a Cuba en el siglo XXI. Esa "normalización" por la que ha apostado el presidente Raúl Castro sacará a Cuba, poco a poco, de las trincheras, e impondrá la necesidad de reconstruir la arquitectura institucional de la República.

En condiciones de paz, el relevo político cubano tendrá mayor capacidad y equilibrio para saldar los dos grandes desafíos que tiene el país de cara al futuro: la reformulación del consenso político interno en torno a las metas históricas de la nación (independencia nacional, justicia social y democratización política) y la adopción de un conjunto de mecanismos que permita legitimar a ese relevo político para colocarlo en condiciones de conducir este proceso y ganarse un lugar en el futuro de Cuba. La Cuba trasnacional necesita responder a la pregunta pública realizada por Julio César Guanche en 2014: "¿Qué implica la frase «con todos y para el bien de todos» en el siglo XXI cubano?"

Una reformulación del consenso político en Cuba sobre las bases de las metas históricas de la nación, implicaría el desmontaje de la arquitectura institucional de corte soviético, porque, entre otras cosas, desconoce la pluralidad política nacional. El relevo político cubano tiene el desafío de desatar dinámicas despolarizadoras, que permitan buscar sinergias y negociaciones con grupos de cubanos de ideologías disímiles −dentro y fuera de la Isla− pero comprometidos con esas metas históricas. Necesitamos construir instituciones que sean capaces de procesar el pluralismo.

El Partido Comunista de Cuba (PCC) tiene el desafío de reinventarse, pues el sistema de ideas marxistas-leninistas que rige su concepción institucional ha quedado desconectado de las identidades sociales y políticas de las nuevas generaciones de cubanos, dentro y fuera de la Isla, y ha llevado a esa fuerza política a una profunda crisis estructural. Una vez desaparecidas las "condiciones de excepcionalidad" en las que ha vivido el país, producto de la confrontación con Estados Unidos, ¿cómo justificar la existencia del partido único? O para ser más preciso: ¿cómo justificar la existencia de un partido único que no ha sido capaz de recoger en su seno a la multiplicidad de tendencias políticas e ideológicas presentes en la nación? Cuba necesita debatir, con seriedad y responsabilidad, cómo estructurar el pluralismo en el siglo XXI.

Nuestra Constitución de 1976, y la posterior institucionalización, reprodujeron las ideas y estructuras estatales de corte soviético que no han satisfecho suficientemente el ejercicio de la participación popular. En el contexto de la Guerra Fría, el país no tuvo otra opción que aceptar aquella realidad. El acople al Bloque del Este ocurrió con el dolor y la resignación, a todos los niveles, de la inmensa mayoría de los cuadros políticos revolucionarios provenientes de las filas del Movimiento 26 de Julio y el Directorio 13 de Marzo. Esos jóvenes valerosos que hoy peinan canas, sabían el riesgo que corría "su Revolución" al tomar aquel camino inevitable. El "marxismo-leninismo de corte soviético" y las estructuras autoritarias derivadas de tal concepción, deben ser extirpados del futuro cubano.

Juan Valdés Paz: En la medida en que las relaciones en las distintas esferas se desenvuelvan, aparecerá una multiplicidad de actores que harán más dificultosa la coherencia del diálogo y de la negociación. Como hemos mencionado, estos actores tendrán sus propias características sociopolíticas, intereses, representación e ideología. Pero más que con una multiplicidad de actores, nos las tendremos que ver con una diversidad de roles en el proceso: decisores; negociadores; asesores; ejecutores; contralores; evaluadores; voceros de la opinión pública.

En cuanto a la preparación de los actores para los distintos roles, me permitiría resumir esta respuesta como sigue:

»        Los actores cubanos no estarían preparados institucionalmente; tienen una insuficiente calificación y experiencia, deben ser sujeto de un "cambio de mentalidades"; pero sí lo están ideológica y culturalmente.

»        Los actores norteamericanos sí estarían preparados institucionalmente; tienen una suficiente calificación y experiencia, pero también deben ser sujeto de un "cambio de mentalidades"; no lo están ideológica y culturalmente.

Por tanto, los actores de cada parte tendrán que aprender de los otros sus ventajas. En resumen, después de 50 años entrenados en la hostilidad de unos y la defensa de otros, ningún actor está suficientemente capacitado y por tanto no será tanto la capacidad como la buena voluntad política la que preserve el diálogo y fortalezca las relaciones.

El Gobierno y los demás actores cubanos deberán ver las nuevas relaciones con Estados Unidos como un input para el desarrollo de la sociedad cubana, pero apenas uno entre otros. Son los valores de nuestra historia, la identidad cultural, los intereses supremos de la Patria, la República de todos al servicio de las grandes mayorías, la instauración de un modelo económico social tan eficiente como justo, un mayor desarrollo democrático, así como nuestro esfuerzo y sacrificio, los demás componentes de nuestra permanente construcción nacional.


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