lunes, 16 de junio de 2014

EL PAÍS DEL FÚTBOL ¿EL PAÍS DEL FÚTBOL?

 

EL PAÍS DEL FÚTBOL
¿EL PAÍS DEL FÚTBOL?

(tomado de http://cuadernosdelmundial.clacso.org)

Ronaldo Helal*

Desde su llegada a Brasil, el fútbol pasó por un proceso de constitución cultural hasta convertirse en lo que llamamos la “pasión nacional”: como si con eso quisiéramos decir, a la vez, que nuestro fútbol es el mejor del mundo y que Brasil es el lugar donde más se lo ama y se lo entiende. Eso se sintetiza en el epíteto “Brasil, el país del fútbol”. Sin embargo, me pregunto: a) ¿somos aún el “país del fútbol”?; y b) ¿la selección es, en estos días, la “patria de los botines”, término acuñado por el dramaturgo y cronista deportivo Nelson Rodrigues para explicar la relación entre la identidad nacional y la selección brasileña?

El epíteto “Brasil: el país del fútbol” contiene una fuerza simbólica que contribuyó para la construcción de la identidad brasileña. Lo usamos, casi siempre, como una manera de sentirnos miembros de una nación singular. Observemos, sin embargo, que este epíteto es utilizado a veces como algo negativo, significando que este no sería un país serio, que su complejidad se reduciría en samba y fútbol. Pero me voy a concentrar aquí en su uso de forma positiva, ya que sería el más frecuente.

En este sentido, sería una herejía cuestionar si somos el país del fútbol. Los medios de comunicación le dedican un espacio considerable. Es uno de los temas más hablados todos los lunes tras los partidos del Campeonato Brasilero. ¿Y qué decir de nuestra participación en períodos de Copas del Mundo? Aquí hay una intensa manifestación colectiva alrededor de este deporte. Pero es cierto que esto también ocurre en otras naciones: Italia y Argentina serían también otros “países del fútbol”. ¿O acaso el comportamiento de medios, hinchas y población en general no serían semejantes al de Brasil?

El “país del fútbol” fue una “construcción” histórica que tuvo un rol importante en la formación de nuestra identidad. Sin embargo, podemos cuestionar el papel de esta representación desde el cambio de siglo.

La pasión por el fútbol es un fenómeno que ocurre en diversos países del mundo. Lo que nos haría distintos sería la forma en la que usamos este deporte para construir nuestra identidad.

Observemos, sin embargo, que ser un hincha de fútbol no significa necesariamente utilizar el deporte como metáfora del país. Muchas celebraciones no trascienden el universo deportivo: ellas forman parte del espectáculo futbolístico. Hoy día, durante un Mundial, por

 

ejemplo, tenemos la sensación de que los que siguen el fútbol en su vida cotidiana lo consideran un evento deportivo expresivo, emocionante y con una cualidad superior debido al alto nivel técnico de los jugadores, pero no ven a la selección como la “patria de los botines”. De hecho, muchos hinchan más por su equipo en el Campeonato Brasileño que por la selección en la Copa del Mundo.

Aun así, es en períodos de Copas del Mundo que el epíteto “Brasil: país del fútbol” adquiere una mayor dimensión. Pero las narrativas periodísticas alrededor de la selección ya no tratan de forma homogénea al fútbol como metonimia de la nación. Si la derrota contra Uruguay en 1950 y la conquista del tricampeonato en 1970 fueron interpretadas como derrota y victoria de proyectos de nación brasileña, respectivamente, la victoria en 1994 y la derrota en la final contra Francia en 1998 (y también en los cuartos de final en 2006 y 2010) no transcendieran el universo deportivo y fueron conmemoradas y sufridas como victorias y derrotas estrictamente deportivas.

El “país del fútbol” fue una “construcción” social, realizada por periodistas e intelectuales en una época de consolidación del Estado-nación. Fue a partir de los años 1930 que se presentaron nuevas formas de conceptualizar el país. Si antes, a través de la mirada de un académico como Oliveira Vianna, por ejemplo, el mestizaje racial era visto como una explicación para el “atraso” del país, a partir de la obra clásica de Gilberto Freyre, Casa Grande e Senzala, la mezcla pasa a ser entendida como un valor positivo del pueblo de Brasil. Dentro del proyecto nacionalista del Estado Novo, esta manera de entender la cultura se consolidó en el país. En este sentido, Mário Filho, uno de los fundadores de la crónica deportiva en Brasil, fue fundamental para la utilización del fútbol como un medio de “construir” una idea de nación brasileña. Filho era amigo de Freyre, que escribió el prefacio de su libro El negro en el fútbol brasileño, donde la unión del fútbol con la nación se volvía más evidente. Freyre, a su vez, publicó en el Diario de Pernambuco del 18 de junio de 1938, “Foot-ball mulato”, un artículo que se convirtió en central para la simbología del fútbol. Aquí, Freyre elogiaba el mestizaje racial y afirmaba que el mismo había creado el estilo de juego que sería típico de Brasil –algo así como una “danza dionisíaca”. Freyre y Filho fueron agentes fundamentales del éxito de la construcción del “país del fútbol”.

De todos modos, al contrario de décadas pasadas, hoy sería lícito preguntar si Brasil está dejando de ser el “país del fútbol”. La globalización estaría trasformando la identidad nacional, sintetizada como

narrativa homogénea en “la patria de los botines”. El jugador con la camiseta nacional también representa a clubes europeos, además de empresas multinacionales. Neymar, por ejemplo, puede ser ídolo de los brasileños, pero también de los catalanes. La televisión transmite en tiempo tempo real cualquier partido de Barcelona a todos los continentes. Esa desterritorialización del ídolo crea un nuevo proceso de identidad cultural. Cuanto más se enfatiza el fútbol como un producto que se consume en un mercado de entretenimiento cada vez más diversificado, sin un proyecto que lo vincule a instancias más inclusivas, lo que consigue es distanciar cada vez más el enlace establecido en décadas pasadas, bajo la influencia de Gilberto Freyre y de Mário Filho.

Así, las victorias y derrotas de la selección en Mundiales producen celebraciones y tristezas colectivas. Pero no son más sentidas como victorias o derrotas de un proyecto de nación. En este sentido, la selección no sería más “la patria de botines” en las líneas planteadas por Nelson Rodrigues.

Me interesa concluir también sobre la relación de causa y efecto entre el fútbol, la política y las elecciones, que siempre aparece en los períodos de Copa del Mundo. Los gobiernos totalitarios han utilizado el fútbol con fines políticos, como Brasil en 1970 y Argentina en 1978. Sin embargo, el uso del deporte para estos fines no siempre fue eficaz. ¿Es que acaso el fútbol seria el “opio del pueblo” porque paramos para ver la selección durante un partido del Mundial? En este caso, sería también el opio de las élites, ya que ellas también lo ven. Y esto ocurre en varios países. Si nos atenemos a la idea de que este deporte “narcotiza” a la población en tiempos de la Copa, porque no se piensa en otra cosa en estos días, entonces tenemos que admitir que el sexo, las novelas, el carnaval y la cerveza con amigos también serían “opios del pueblo”. Hay que tener en cuenta además que, al contrario de lo que afirma cierto sentido común, el resultado final en un Mundial no influencia las elecciones presidenciales en Brasil. La últimas evidencias –las elecciones de 1998, 2002, 2006 y 2010– así lo han demostrado.

Así, si el fútbol fue en Brasil un factor primordial de integración nacional, ¿cuál es, efectivamente, su papel en el siglo XXI? ¿Continuar con la producción de sentimientos nacionalistas a través de las actuaciones de la selección o despertar a la población para la crítica política? Ojalá el Mundial 2014 nos ayude a responder estas cuestiones.

* Sociólogo, profesor de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ)

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